sábado, 16 de abril de 2016

La Cárcel Real de Sevilla


 La Cárcel Real de Sevilla, nombre imperecedero por los ilustres presos que albergó

La Cárcel Real de Sevilla, era un edificio medieval situado en el solar de lo que hoy es CaixaBank-Cajasol en la calle Sierpes nº 85. La construcción del mismo la inició Hernán Ruiz II y fue concluida por Benvenuto Tortello en 1569 durante el reinado de Felipe II,  siendo Asistente de la ciudad Don Francisco Mendoza, Conde de Moteagudo.

Para el mejor conocimiento de la institución, sus dependencias y funcionamiento debemos acudir al Padre Pedro de León (1544-1632) un jesuita de las primeras promociones sevillanas. Ejerció su ministerio en la Cárcel pública de Sevilla desde 1578 hasta 1616, entre otros destinos. Allí asistía a los presos, intercedía por ellos y los confesaba antes de morir. Al fin de su vida, en 1616, ya jubilado, con 72 años a sus espaldas y por orden de sus superiores, escribe su memoria pastoral. Descubierta en 1981, constituye un documento de valor excepcional para conocer la Cárcel Real de Sevilla de su época, descrita por quien tan bien conocía las instalaciones y sus inquilinos. Junto con la "Relación..." de Cristobal de Chaves, un abogado de la Audiencia, son testimonios de primera mano de este recinto carcelario.

De estos trabajos mencionados podemos obtener el mejor conocimiento de la Cárcel Real de Sevilla, nombre imperecedero por los ilustres presos que albergó, pues en ella estuvo encerrado por deudas Miguel de Cervantes; allí maduraría las palabras que escribiría en el prólogo del Quijote describiendo el presidio como fuente de su inspiración: "mal cultivado ingenio mio ... como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitación".

También fue cliente de la institución Mateo Alemán, que la siente e interpreta en el Guzmán de Alfarache, como "el paradero de los necios, escarmiento forzoso, arrepentimiento tardo, prueba de amigos, venganza de enemigos, república confusa, enfermedad breve, muerte larga, puerto de suspiros, valle de lágrimas, casa de locos, donde cada uno grita y trata de sola su locura". En esta lista podemos encontrar también a Bartolomé Morel, fundidor del Giraldillo, Alonso Cano y Martínez Montañés

Tiene esta cárcel tres puertas. A la primera llaman de oro, porque lo ha de tener, y no poco, el que ha de quedarse en la casa pública o aposentos del alcaide, que están antes de la primera reja de arriba a mano derecha como subimos por la escalera; porque para contentar al alcaide y porteros de la puerta de la calle es menester todo eso, y mas.

A la segunda puerta, que es la primera reja de hierro al cabo de la escalera, llaman de Hierro, o de cobre, porque basta a los que entran por allí que tengan dineros de cobre y vellón. A la tercera reja también de hierro, que es la tercera puerta que sale a los corredores, llaman de plata porque ha menester tener plata el que ha de quedar allí sin grillos, o mucho favor que no le cueste menos, sino mucho más (como a los que el otro fingido inquisidor favorecía para que no le echasen grillos, que todo lo allana, y hace fácil la plata y el favor.

Los aposentos de más consideración en esta cárcel son la Sala Vieja y los aposentos medianos adonde están los Guzmanes y gente de mala estofa.

Luego está la Galera Vieja, en la cual está el rancho que llaman Traidor, porque está oculto y escondido a la entrada a mano derecha, y desde allí hacen sus traiciones. Más adentro en la misma galera hay otros tres ranchos divididos con mantas viejas. El primero es de los Bravos; el segundo la Tragedia, adonde está la crujía; el tercero llaman Venta adonde pagan el escote todos los presos nuevos.

A la mano izquierda de la reja que dijimos arriba, que sale a los corredores, están los entresuelos adonde hay cuatro ranchos. Al primero llaman Pestilencia, y al que está a su lado Miserable, y al tercero llaman Ginebra, y al cuarto llaman Lima Sorda o Chupadera, y antes de entrar a estos ranchos hay un aposentillo pequeño que llaman Casa de Meca.

Debajo de estos entresuelos está la gran Cámara de Hierro, tan nombrada e insigne así por los moradores, como por el sitio y disposición de ella. En esta cámara están los bravos  y tres ranchos. El primero es de Matantes, adonde echan mil por vidas, y todo su trato es de cuestiones y no de metafísica, ni de moral, sino contra todas buenas costumbres, de heridas y resistencias, del otro que huyó con estoque y rodela, del que hizo mil buenas suertes, alabándose cada uno de lo que no ha hecho. El segundo rancho es de Delitos; el tercero de Malas Lenguas adonde no hay honra inhiesta.

A la descendida de la escalera que va al patio a mano izquierda, la Galera Nueva, adonde está la gente de grandes delitos, y los galeotes rematados para el Rey. En esta galera se encierran siete ranchos. El primero es de Blasfemos y jugadores de ventaja, que les sirven mil por vidas de tantos. El segundo es de la Compaña, adonde refieren sus tretas, los que arañan y hurtan. El tercero llaman Goz, adonde los rufianes cuentan a lo grosero, sus hazañas y desvergüenzas. El cuarto rancho llaman Crujía adonde están los galeotes. El quinto llaman Feria adonde se vende lo mal ganado, por barañas y pendencias, habido en mala guerra. Al sexto llaman Gula, y sirve para las meriendas, adonde echan y terruecan y anda el trago cruel. El séptimo, y último, se llama Laberinto, de toda gente revuelta, como cochinos de diezmos de todos delitos.

En el patio hay una fuente de mucha agua de pie, adonde juegan y hacen sus suertes, mofándose unos a otros y entreteniéndose para pasar el tiempo y desechar melancolías.

En rededor del patio hay catorce calabozos que son aposentos, y hay otros entresuelos adonde se guardan los presos, a quienes quieren dar tormento para que no se les hable, ni les den remedios para no sentir el tormento.


Hay cuatro tabernas y bodegones arrendados a catorce y quince reales de alquiler cada día. Hay tiendas de fruta y aceite, las cuales arrienda el sotoalcaide a tres reales cada día. Y Susténtanse algunos presos pobres de hacer en la cárcel oficios de pregoneros, vendiendo y rematando las prendas que allí se venden. Y otros que no son presos sirven de llevar a vender a Gradas a la ropería vieja, y al baratillo, las muchas que cada día se hurtan en la misma cárcel; y nunca se descubre quién las haya tomado, porque hay grande fidelidad en guardar secreto, pena de que no lo irán a penar al otro mundo.

A la entrada de la cárcel a mano izquierda está la cárcel de las mujeres, con tres puertas de madera. Las dos son Rejas. Dentro hay su patio y agua de pie, capilla y enfermería, y aposento donde está la beata que las rige.

Tienen sus muy reñidas pendencias entre sí, y andan luego a la greña, que hay mujeres valentonas y jayanas de popa que estafan a las presas nuevas. Sería nunca acabar querer decir la milésima parte de lo que hay en esta cárcel de las mujeres, porque como todas ellas están por delitos, y todos los más feos, pues por otras cosas civiles de deudas o fianzas nunca prenden a las mujeres, claro está que han de ser las que allí están la hez del mundo, por hechiceras, amancebadas, ladronas, adúlteras, y aun exoricidas, porque tienen rufianes las de la casa pública, y cantoneras y por otros innumerables vicios y maldades.

Suelen entrar más de cien mujercillas cada noche a quedarse a dormir con sus amigos. Las puertas nunca en todo el día se cierran, ni de noche, hasta que han dado las diez que se recogen los presos y el alcaide toma las llaves. Y el alcaide hace tras visitas cada noche con sus bastoneros, y en siendo las diez, que se han de cerrar las puertas Y desde que los presos están encerrados, dan otras voces diciendo: ¡ah de la calle, ah bao! ¿quién sale fuera? que se llevan las llaves, ¡a la una, a las dos, a la tercera; éste es el postrero! Y con éste cierran los golpes y cerrados, aunque importe la vida de mil hombres, no abren las puertas y se quedan dentro los que de fuera no han salido.

Y después de encerrada toda esta canalla, con haber entre ellos tan mala gente, conocen a Dios de manera que uno que tiene cargo del altar, que cada aposento tiene, enciende dos velas de cera en dos candeleros de barro y sirve como de sacristán, al cual respetan todos mucho, pues con un revenque en la mano hace que se hinquen de rodillas y dejen los juegos y otras cosas, y a una voz dicen la Salve al tono que aquél les enseña; y su responso en forma, al fin; y otras oraciones y: Señor mío Jesucristo, pues derramásteis vuestra Sangre por mi, etc. Y al fin el acto de Contrición, con lo cual se hace un gran ruido, como todos los aposentos rezan a un tiempo.

Hay una Cofradía de disciplina que tienen los presos; y la sirven como si estuvieran en libertad, y fueran más virtuosos de lo que son. Sale el Viernes Santo por lo alto de la cárcel y baja al patio. Piden todas las noches con su imagen por toda la cárcel y [a]llegan mucha limosna. Acompañan esta demanda los más valientes y más temidos. Y cuando hay alguno que hacer justicia, van todos los presos de noche con su cera encendida cantando las letanías hasta el lugar donde está recogido el que ha de morir, y si es algún valentón el paciente, todos los del hampa envían por luto alquilado a la ropería; y de esta manera llegan y le dan un pésame más gentílico que cristiano.

Tiene esta cárcel enfermería con su portero, el cual es preso y está siempre sentado a la puerta guardándola; y por esto tiene ración competente. Hay barbero que tiene su mujer y casa dentro de un cuarto de la enfermería; el cual acude a curar los heridos, echar ventosas y sangrar; y tiene salario competente de la ciudad. Tiene un bastonero, el cual es también preso y acompaña al capellán cuando entra y sale por la enfermería y anda por la cárcel y va a decir Misa; y acompaña también a la salida y entrada a los médicos y cirujanos. Tiene un enfermero mayor y dos menores, que todos son presos y acuden al regalo de los enfermos y a darles de comer y a lo demás; que también tienen su ración. Tiene asimismo la enfermería su cocinero y despensero de fuera; y cocina, donde se adereza la comida a los enfermos, Y lavandera, que fuera lava la ropa de los enfermos.

Hay en esta cárcel dos bastoneros, los cuales con sus bastones asisten a la puerta de la Sala de las Visitas al tiempo que se hacen; y el uno guarda la puerta, y el otro entra con los presos que entran a visitarse, y los que los jueces y escribanos piden para tomarles las confesiones. Tanta es la multitud de los presos y tantos los rincones de la cárcel, y en ninguna cosa más se verifica esto, a mi ver, que en el oficio que un hombre tiene: el cual es fiscal de todos los presos que salen a comer y a dormir a sus casas, haciendo memoria por escrito de ellos, y por cuyo respeto salen, y a quién dieron por fiadores, y esto le vale cada día dieciséis y veinte reales, demás de lo que saca a los presos en dinero en sus casas y tiendas.

Esta es la descripción de la cárcel, su arquitectura, sus palacios y salas, sus estufas y recámaras, sus cumplimientos y oficinas, y no faltan sus tablas de juegos adonde se sacan los naipes, mil veces una misma baraja; porque de puro uso están tapetadas, mugrientas, asquerosas y de tanto jugar con unos mismos tan achicados y cercenados que apenas se pueden tener en las manos.

De donde se verá, qué gente sea la moradora de estas casas, pues aun los nombres de los calabozos, ranchos y galeras, son tan malos que toman la denominación y nombradía de los que viven en ellos, ¡qué tales serán aquellos de cuyas hazañas toman los nombres! Todo cuanto hay en estas cárceles es confusión de Babilonia y entre las cosas que en Sevilla hay de admiración es una de ellas la cárcel pública y aun para hacer fruto en ella.

Véase si para tratar con esta gentecilla serán menester partos de letras, virtud y celo de las almas. Dios nos lo dé a todos como es menester.

Tiene esta cárcel un administrador que suele ser hombre rico y lo nombra la ciudad de Sevilla, como queda dicho en esta segunda parte de este Compendio, a cuyo cargo está cobrar para el sustento de los pobres y enfermos la renta siguiente en casas, juros y tributos más de mil ducados que han dejado situados particulares por sus testamentos.

Los martes, visita el Asistente y sus tenientes, y alcalde de la justicia a los presos nuevos que han entrado desde el sábado hasta entonces. Y el jueves, el mismo Asistente con alguno de los tenientes, visita las causas de los presos viejos para que no estén estanticas y revalsadas.

Así se hiciesen todas estas cosas bien hechas como están admirablemente bien ordenadas y como las ejercitan los jueces de buena conciencia. Quedémosnos aquí que no es mi intento querer decir todo lo que pasa en las cárceles, porque sería nunca acabar. Y más, si nos espaciásemos por esa plaza de San Francisco entre los escribanos, procuradores y solicitadores: no bastaría papel, ni tinta, ni tiempo para decir los muchos males y traiciones de que usan con los desdichados presos hasta dejarlos en cueros vivos. Dios les ayude que no sé yo cuánto les aprovechará su enmienda y corrección y el haberse hecho la Congregación de los escribanos, letrados y justicia en la casa Profesa, que yo mucho temor me tengo de que no sea verdad lo que comúnmente se dice allá fuera y aun entre los maestros, que hurtan ahora más a lo disimulado y con palabritas más mansas, y diciendo que ellos no los han de pelar como otros; y deben de querer decir, que no tan al descubierto como los otros, y conciertan en tanto más tanto, vendiendo la justicia y robando en poblado para si y para los jueces, como ellos lo dicen muy claramente.

Dios ponga su mano en ellos y en todos para que cumplamos nuestras obligaciones."