La Cárcel Real de Sevilla, nombre imperecedero
por los ilustres presos que albergó
La Cárcel Real de Sevilla, era un
edificio medieval situado en el solar de lo que hoy es CaixaBank-Cajasol en la
calle Sierpes nº 85. La construcción del mismo la inició Hernán Ruiz II y fue
concluida por Benvenuto Tortello en 1569 durante el reinado de Felipe II, siendo Asistente de la ciudad Don Francisco
Mendoza, Conde de Moteagudo.
Para el mejor conocimiento de la
institución, sus dependencias y funcionamiento debemos acudir al Padre Pedro de
León (1544-1632) un jesuita de las primeras promociones sevillanas. Ejerció su
ministerio en la Cárcel pública de Sevilla desde 1578 hasta 1616, entre otros
destinos. Allí asistía a los presos, intercedía por ellos y los confesaba antes
de morir. Al fin de su vida, en 1616, ya jubilado, con 72 años a sus espaldas y
por orden de sus superiores, escribe su memoria pastoral. Descubierta en 1981,
constituye un documento de valor excepcional para conocer la Cárcel Real de
Sevilla de su época, descrita por quien tan bien conocía las instalaciones y
sus inquilinos. Junto con la "Relación..." de Cristobal de Chaves, un
abogado de la Audiencia, son testimonios de primera mano de este recinto
carcelario.
De estos trabajos mencionados podemos
obtener el mejor conocimiento de la Cárcel Real de Sevilla, nombre imperecedero
por los ilustres presos que albergó, pues en ella estuvo encerrado por deudas
Miguel de Cervantes; allí maduraría las palabras que escribiría en el prólogo
del Quijote describiendo el presidio como fuente de su inspiración: "mal
cultivado ingenio mio ... como quien se engendró en una cárcel, donde toda
incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su
habitación".
También fue cliente de la institución
Mateo Alemán, que la siente e interpreta en el Guzmán de Alfarache, como
"el paradero de los necios, escarmiento forzoso, arrepentimiento tardo,
prueba de amigos, venganza de enemigos, república confusa, enfermedad breve,
muerte larga, puerto de suspiros, valle de lágrimas, casa de locos, donde cada
uno grita y trata de sola su locura". En esta lista podemos encontrar
también a Bartolomé Morel, fundidor del Giraldillo, Alonso Cano y Martínez
Montañés
Tiene esta cárcel tres puertas. A la
primera llaman de oro, porque lo ha de tener, y no poco, el que ha de quedarse
en la casa pública o aposentos del alcaide, que están antes de la primera reja
de arriba a mano derecha como subimos por la escalera; porque para contentar al
alcaide y porteros de la puerta de la calle es menester todo eso, y mas.
A la segunda puerta, que es la primera
reja de hierro al cabo de la escalera, llaman de Hierro, o de cobre, porque
basta a los que entran por allí que tengan dineros de cobre y vellón. A la
tercera reja también de hierro, que es la tercera puerta que sale a los
corredores, llaman de plata porque ha menester tener plata el que ha de quedar
allí sin grillos, o mucho favor que no le cueste menos, sino mucho más (como a
los que el otro fingido inquisidor favorecía para que no le echasen grillos,
que todo lo allana, y hace fácil la plata y el favor.
Los aposentos de más consideración en
esta cárcel son la Sala Vieja y los aposentos medianos adonde están los
Guzmanes y gente de mala estofa.
Luego está la Galera Vieja, en la cual
está el rancho que llaman Traidor, porque está oculto y escondido a la entrada
a mano derecha, y desde allí hacen sus traiciones. Más adentro en la misma
galera hay otros tres ranchos divididos con mantas viejas. El primero es de los
Bravos; el segundo la Tragedia, adonde está la crujía; el tercero llaman Venta
adonde pagan el escote todos los presos nuevos.
A la mano izquierda de la reja que
dijimos arriba, que sale a los corredores, están los entresuelos adonde hay
cuatro ranchos. Al primero llaman Pestilencia, y al que está a su lado
Miserable, y al tercero llaman Ginebra, y al cuarto llaman Lima Sorda o
Chupadera, y antes de entrar a estos ranchos hay un aposentillo pequeño que
llaman Casa de Meca.
Debajo de estos entresuelos está la gran
Cámara de Hierro, tan nombrada e insigne así por los moradores, como por el
sitio y disposición de ella. En esta cámara están los bravos y tres ranchos. El primero es de Matantes,
adonde echan mil por vidas, y todo su trato es de cuestiones y no de
metafísica, ni de moral, sino contra todas buenas costumbres, de heridas y resistencias,
del otro que huyó con estoque y rodela, del que hizo mil buenas suertes,
alabándose cada uno de lo que no ha hecho. El segundo rancho es de Delitos; el
tercero de Malas Lenguas adonde no hay honra inhiesta.
A la descendida de la escalera que va al
patio a mano izquierda, la Galera Nueva, adonde está la gente de grandes
delitos, y los galeotes rematados para el Rey. En esta galera se encierran
siete ranchos. El primero es de Blasfemos y jugadores de ventaja, que les
sirven mil por vidas de tantos. El segundo es de la Compaña, adonde refieren
sus tretas, los que arañan y hurtan. El tercero llaman Goz, adonde los rufianes
cuentan a lo grosero, sus hazañas y desvergüenzas. El cuarto rancho llaman
Crujía adonde están los galeotes. El quinto llaman Feria adonde se vende lo mal
ganado, por barañas y pendencias, habido en mala guerra. Al sexto llaman Gula,
y sirve para las meriendas, adonde echan y terruecan y anda el trago cruel. El
séptimo, y último, se llama Laberinto, de toda gente revuelta, como cochinos de
diezmos de todos delitos.
En el patio hay una fuente de mucha agua
de pie, adonde juegan y hacen sus suertes, mofándose unos a otros y
entreteniéndose para pasar el tiempo y desechar melancolías.
En rededor del patio hay catorce
calabozos que son aposentos, y hay otros entresuelos adonde se guardan los
presos, a quienes quieren dar tormento para que no se les hable, ni les den
remedios para no sentir el tormento.
Hay cuatro tabernas y bodegones
arrendados a catorce y quince reales de alquiler cada día. Hay tiendas de fruta
y aceite, las cuales arrienda el sotoalcaide a tres reales cada día. Y
Susténtanse algunos presos pobres de hacer en la cárcel oficios de pregoneros,
vendiendo y rematando las prendas que allí se venden. Y otros que no son presos
sirven de llevar a vender a Gradas a la ropería vieja, y al baratillo, las
muchas que cada día se hurtan en la misma cárcel; y nunca se descubre quién las
haya tomado, porque hay grande fidelidad en guardar secreto, pena de que no lo
irán a penar al otro mundo.
A la entrada de la cárcel a mano
izquierda está la cárcel de las mujeres, con tres puertas de madera. Las dos
son Rejas. Dentro hay su patio y agua de pie, capilla y enfermería, y aposento
donde está la beata que las rige.
Tienen sus muy reñidas pendencias entre
sí, y andan luego a la greña, que hay mujeres valentonas y jayanas de popa que
estafan a las presas nuevas. Sería nunca acabar querer decir la milésima parte
de lo que hay en esta cárcel de las mujeres, porque como todas ellas están por
delitos, y todos los más feos, pues por otras cosas civiles de deudas o fianzas
nunca prenden a las mujeres, claro está que han de ser las que allí están la
hez del mundo, por hechiceras, amancebadas, ladronas, adúlteras, y aun exoricidas,
porque tienen rufianes las de la casa pública, y cantoneras y por otros
innumerables vicios y maldades.
Suelen entrar más de cien mujercillas
cada noche a quedarse a dormir con sus amigos. Las puertas nunca en todo el día
se cierran, ni de noche, hasta que han dado las diez que se recogen los presos
y el alcaide toma las llaves. Y el alcaide hace tras visitas cada noche con sus
bastoneros, y en siendo las diez, que se han de cerrar las puertas Y desde que
los presos están encerrados, dan otras voces diciendo: ¡ah de la calle, ah bao!
¿quién sale fuera? que se llevan las llaves, ¡a la una, a las dos, a la
tercera; éste es el postrero! Y con éste cierran los golpes y cerrados, aunque
importe la vida de mil hombres, no abren las puertas y se quedan dentro los que
de fuera no han salido.
Y después de encerrada toda esta canalla,
con haber entre ellos tan mala gente, conocen a Dios de manera que uno que
tiene cargo del altar, que cada aposento tiene, enciende dos velas de cera en
dos candeleros de barro y sirve como de sacristán, al cual respetan todos
mucho, pues con un revenque en la mano hace que se hinquen de rodillas y dejen
los juegos y otras cosas, y a una voz dicen la Salve al tono que aquél les
enseña; y su responso en forma, al fin; y otras oraciones y: Señor mío
Jesucristo, pues derramásteis vuestra Sangre por mi, etc. Y al fin el acto de
Contrición, con lo cual se hace un gran ruido, como todos los aposentos rezan a
un tiempo.
Hay una Cofradía de disciplina que tienen
los presos; y la sirven como si estuvieran en libertad, y fueran más virtuosos
de lo que son. Sale el Viernes Santo por lo alto de la cárcel y baja al patio.
Piden todas las noches con su imagen por toda la cárcel y [a]llegan mucha
limosna. Acompañan esta demanda los más valientes y más temidos. Y cuando hay
alguno que hacer justicia, van todos los presos de noche con su cera encendida
cantando las letanías hasta el lugar donde está recogido el que ha de morir, y
si es algún valentón el paciente, todos los del hampa envían por luto alquilado
a la ropería; y de esta manera llegan y le dan un pésame más gentílico que
cristiano.
Tiene esta cárcel enfermería con su
portero, el cual es preso y está siempre sentado a la puerta guardándola; y por
esto tiene ración competente. Hay barbero que tiene su mujer y casa dentro de
un cuarto de la enfermería; el cual acude a curar los heridos, echar ventosas y
sangrar; y tiene salario competente de la ciudad. Tiene un bastonero, el cual
es también preso y acompaña al capellán cuando entra y sale por la enfermería y
anda por la cárcel y va a decir Misa; y acompaña también a la salida y entrada
a los médicos y cirujanos. Tiene un enfermero mayor y dos menores, que todos
son presos y acuden al regalo de los enfermos y a darles de comer y a lo demás;
que también tienen su ración. Tiene asimismo la enfermería su cocinero y
despensero de fuera; y cocina, donde se adereza la comida a los enfermos, Y
lavandera, que fuera lava la ropa de los enfermos.
Hay en esta cárcel dos bastoneros, los
cuales con sus bastones asisten a la puerta de la Sala de las Visitas al tiempo
que se hacen; y el uno guarda la puerta, y el otro entra con los presos que
entran a visitarse, y los que los jueces y escribanos piden para tomarles las
confesiones. Tanta es la multitud de los presos y tantos los rincones de la
cárcel, y en ninguna cosa más se verifica esto, a mi ver, que en el oficio que
un hombre tiene: el cual es fiscal de todos los presos que salen a comer y a
dormir a sus casas, haciendo memoria por escrito de ellos, y por cuyo respeto
salen, y a quién dieron por fiadores, y esto le vale cada día dieciséis y
veinte reales, demás de lo que saca a los presos en dinero en sus casas y
tiendas.
Esta es la descripción de la cárcel, su
arquitectura, sus palacios y salas, sus estufas y recámaras, sus cumplimientos
y oficinas, y no faltan sus tablas de juegos adonde se sacan los naipes, mil
veces una misma baraja; porque de puro uso están tapetadas, mugrientas,
asquerosas y de tanto jugar con unos mismos tan achicados y cercenados que
apenas se pueden tener en las manos.
De donde se verá, qué gente sea la
moradora de estas casas, pues aun los nombres de los calabozos, ranchos y
galeras, son tan malos que toman la denominación y nombradía de los que viven
en ellos, ¡qué tales serán aquellos de cuyas hazañas toman los nombres! Todo
cuanto hay en estas cárceles es confusión de Babilonia y entre las cosas que en
Sevilla hay de admiración es una de ellas la cárcel pública y aun para hacer
fruto en ella.
Véase si para tratar con esta gentecilla
serán menester partos de letras, virtud y celo de las almas. Dios nos lo dé a
todos como es menester.
Tiene esta cárcel un administrador que
suele ser hombre rico y lo nombra la ciudad de Sevilla, como queda dicho en
esta segunda parte de este Compendio, a cuyo cargo está cobrar para el sustento
de los pobres y enfermos la renta siguiente en casas, juros y tributos más de
mil ducados que han dejado situados particulares por sus testamentos.
Los martes, visita el Asistente y sus
tenientes, y alcalde de la justicia a los presos nuevos que han entrado desde
el sábado hasta entonces. Y el jueves, el mismo Asistente con alguno de los
tenientes, visita las causas de los presos viejos para que no estén estanticas
y revalsadas.
Así se hiciesen todas estas cosas bien
hechas como están admirablemente bien ordenadas y como las ejercitan los jueces
de buena conciencia. Quedémosnos aquí que no es mi intento querer decir todo lo
que pasa en las cárceles, porque sería nunca acabar. Y más, si nos espaciásemos
por esa plaza de San Francisco entre los escribanos, procuradores y
solicitadores: no bastaría papel, ni tinta, ni tiempo para decir los muchos
males y traiciones de que usan con los desdichados presos hasta dejarlos en
cueros vivos. Dios les ayude que no sé yo cuánto les aprovechará su enmienda y
corrección y el haberse hecho la Congregación de los escribanos, letrados y
justicia en la casa Profesa, que yo mucho temor me tengo de que no sea verdad
lo que comúnmente se dice allá fuera y aun entre los maestros, que hurtan ahora
más a lo disimulado y con palabritas más mansas, y diciendo que ellos no los
han de pelar como otros; y deben de querer decir, que no tan al descubierto
como los otros, y conciertan en tanto más tanto, vendiendo la justicia y
robando en poblado para si y para los jueces, como ellos lo dicen muy
claramente.
Dios ponga su mano en ellos y en todos
para que cumplamos nuestras obligaciones."