Pablo Olavide fue Asistente de la ciudad
de Sevilla -cargo equivalente al de Corregidor en otras ciudades pero de mayor
importancia- su autoridad era plena e indiscutida, aunque no siempre acatada
con sumisión. Durante los dos primeros años de su Asistencia, remitió a Madrid
informe tras informe, de los más variados asuntos: reforma universitaria y
docente, libertad de comercio, navegación del río, reforma agraria,
beneficiencia municipal, etc. Reglamenta, proyecta, ordena y no da tregua de
descanso ni a su pluma ni a sus colaboradores. Se enfrenta con los orgullosos
capitulares de la ciudad, que ven peligrar sus ancestrales privilegios; con los
gremios, dueños del comercio y de la industria artesana, cuyos monopolios
intenta destruir; con el contrabando y los fraudes a la Real Hacienda; con la
escasez de alimentos; con los abusos en la administración de las rentas
municipales; con la injusta distribución de la tierra; con la vida relajada de
los numerosos conventos que poblaban la ciudad. A todo llega la mano firme y
renovadora de Olavide, bien hallado en su cargo político, crecido por las
circunstancias, haciendo gala de una conciencia recta que él mismo había
ignorado algunos años antes.
Su gobierno municipal no se limitó al
saneamiento de fraudes y torcidas costumbres. Su estrechísima colaboración con
los "ilustrados" ministros de Carlos III, su temperamento activo y
entusiasta y su privilegiada situación política en Andalucía fueron los
factores que determinaron su condición de fiel ejecutor de los deseos reformistas
del rey y de sus ministros. Proyectó un gran hospicio general, valiéndose de su
anterior experiencia en la corte; gestionó la creación de la Sociedad
Patriótica; reglamentó los baños en el río, las representaciones teatrales y el
nefando baile de máscaras en Carnaval, la limpieza de la ciudad y las
manifestaciones callejeras de la devoción popular. Su condición de americano,
exento de los prejuicios de orden social o religioso que predeterminaban la
actuación de todo español por el mero hecho de serlo, le permitió acometer con
alegría y desenfado estas empresas, temerarias para un español peninsular, que
sintiese sobre sus hombros todo el peso de una tradición amparada desde muy
antiguo por el casi sagrado marchamo de "intocable".
No terminan aquí sus trabajos en Sevilla,
la ciudad natal de su abuelo materno. Para eterna gratitud de la capital
hispalense, ordenó la destrucción y posterior trazado urbanístico de la malsana
e inmoral barriada de "La Laguna", que convirtió -con la ayuda del
arquitecto Molviedro- de mancebía en magnífica zona residencial, a espaldas del
Arenal, cuya calle principal llevó su nombre durante muchos años.
Dividió la ciudad en cinco cuarteles,
para mejora de la administración y orden público; numeró los barrios y
manzanas; adecentó la orilla izquierda del río, dotándola de malecones y
excelentes paseos, al mejor de los cuales denominó de "Las Delicias"
(3), quizá en recuerdo de la finca de Voltaire, donde vivió algunos días.
Finalmente, encargó en 1771 el primer plano de la ciudad, que fue premiado por
la Real Academia de San Fernando. En él quedaba de manifiesto la nueva división
de la ciudad, manifestada en sus calles con rótulos en azulejos, muchos de los
cuales aún pueden verse por Sevilla.
Plano levantado y delineado por Francisco
Manuel Coelho, por disposición de D. Pablo de Olavide, asistente de Sevilla.
Grabado en talla dulce (aguafuerte y buril) por José Amat, "premiado por
la Real Academia de San Fernando"
Orientado con lis en rosa de 8 vientos,
con el N al O del plano. Relieve por sombreado. Amplias zonas de cultivo.
Arbolado y parcelas de cultivo en los alrededores. Este plano de Sevilla fue
impreso por Tomás López (1788), con adiciones en el barrio de Triana y en la
explicación con un índice alfabético de calles y la división en cuadrículas
(Sign. C-Atlas E, I a, 31). Impreso en cuatro hojas de papel verjurado pegadas.
En los márgenes izquierdo y derecho,
fuera de la huella de la plancha, incluye en texto impreso una
"Explicación de este mapa", con una nómina de 211 lugares (puertas,
calles, plazas y edificios notables), localizados en el plano por clave
numérica. Alzado de los edificios religiosos y civiles muy detallado. Tres
flechas sobre el Guadalquivir indicando su curso
En el orden cultural, se debe a Olavide
el Plan general de enseñanza; el fomento de la bella literatura; la protección
de la biblioteca pública y la ardiente defensa del teatro. Por lo que respecta
a este último, ha de saberse que, al llegar a Sevilla, sólo estaban permitidos
para la recreación popular, los inocentes juegos circenses de volatines,
sombras chinescas y pantomimas, aparte de alguna representación aislada de
ópera para las clases elevadas.
El teatro, propiamente tal, era
desconocido en Sevilla desde hacía más de un siglo, por motivos de rigidez
moral. En este punto el municipio sevillano -aconsejado por famosos
predicadores- siempre fue intransigente. Tuvo que luchar el Asistente contra la
antiquísima prohibición. No sólo autorizó las representaciones, sino que
acondicionó un local provisional en la calle San Eloy mientras se terminaba la
construcción de uno de nueva planta en la plaza del Duque. En los años de su
Asistencia se pusieron en escena más de 600 títulos, algunos de obras francesas
traducidas por él mismo. A más llegó su ambicioso proyecto. Estableció la
primera escuela dramática del país, hecho insólito que produjo gran escándalo
en las gentes timoratas, pero que surtió de actores a los teatros de los Reales
Sitios durante varios años.
En mayo de 1769, Olavide abandonó
temporalmente su residencia del Alcázar sevillano para trasladarse a las Nuevas
Poblaciones, donde permanecería durante cuatro años. Sacrificando su afición al
lujo y al bienestar, trasladó su vivienda al pequeño palacio de La Peñuela (más
tarde llamada La Carolina).
El Gobierno, teniendo en cuenta la
duplicidad de funciones de Olavide y con miras a la definitiva organización del
Cabildo Municipal, estableció por R.O. de 1 de mayo de 1771 "cómo debían
sucesivamente mandar en esta ciudad -Sevilla- los tenientes de Asistente".
Estos eran don Juan Gutiérrez de Piñeres y don Antonio Fernández de Calderón,
que habían sido nombrados en 1768. Sobre ellos, y en especial sobre Gutiérrez
de Piñeres, premiado más tarde con la Alcaldía Mayor de Cádiz, recayó la puesta
en práctica de muchas decisiones renovadoras. Dieron muestras de extremado celo
y fidelidad a la persona del Asistente y a la causa "ilustrada" a la
que servían.
Volvió Olavide a Sevilla en 1773, pero
marchó a los pocos meses a Sierra Morena, donde urgían su presencia los graves
problemas que planteaba la colonización. A fines de 1775 es llamado a Madrid
para responder de las acusaciones presentadas contra él por el Santo Oficio. El
proceso, la condena y la prisión le alejarán para siempre de la Sevilla que
organizó, la del río Guadalquivir cuyas riberas embelleció, la de las
inolvidables tardes del Alcázar, en la que, con sus "ilustrados"
amigos, proyectó los revolucionarios perfiles de la Sevilla futura, soñando con
la ilusión de una patria mejor.