Estaba claro que con Sevilla, después del
fracaso de la “sanjurjada”, no se podría contar para un nuevo proyecto de
alzamiento militar, y así lo comprendió el general Mola al diseñar el plan de
1936.
El día 10 de agosto de 1932 se produjo en
Madrid y Sevilla una sublevación en toda regla contra el poder constituido. La
preparación del golpe venía de lejos, desde finales de 1931, cuando hombres
vinculados a Acción Española se comprometieron a seguir al general José
Sanjurjo en su propósito de “restaurar una situación que cerrara el paso a las
autonomías del País Vasco y Cataluña”. Sevilla, con la aportación conjunta
militar y civil, jugó un papel fundamental en la preparación del alzamiento
militar conocido después despectivamente como la “sanjurjada”.
En efecto, la sublevación fue un fracaso
total, no sólo por la oportuna reacción del Gobierno, los partidos políticos y
las centrales sindicales, sino por las propias circunstancias en que se
desarrolló su organización. Ricardo de la Cierva ha escrito que la “sanjurjada”
fue el antigolpe, algo imposible de triunfar.
Mucho se ha escrito sobre la actuación de
Sanjurjo, pero prácticamente nada sobre los efectos que el fracaso de la
sublevación tuvo en Sevilla, donde la represión gubernamental posterior arruinó
muchas carreras militares y varias familias civiles.
Pero curiosamente, ningún historiador, ni
siquiera de los afines a las izquierdas, que han sobrevalorado la actuación de
los socialistas sevillanos en la operación de abortar el alzamiento, han
reconocido que el fracaso inmediato del golpe fue obra de un personaje clave,
el telegrafista que comunicó a un escéptico Diego Martínez Barrio lo que estaba
sucediendo en Sevilla la mañana del 10 de agosto. Aquella llamada, realizada al
margen del servicio, mediante el acceso directo a la línea que unía Sevilla con
Madrid, alertó al Gobierno y permitió su inmediata actuación cerca de los jefes
de Cuerpos de la guarnición. El telegrafista que hizo aquella llamada decisiva,
republicano y afín al partido de Martínez Barrio, se llamaba Juan de Dios
Creagh Arjona, de 30 años. Después del alzamiento militar de 1936, fue
identificado y condenado a muerte en septiembre de 1937.
Durante la noche del 9 al 10 de agosto de
1932, en Villa Casa Blanca, un chalet de la entonces avenida de Mayo, antes
Reina Victoria y vulgo paseo de la Palmera, se reunió el general José Sanjurjo
Sacanell con los principales conjurados, militares y civiles sevillanos. María
del Pilar Carvajal, marquesa viuda de Esquibel, dueña de la casa, escribió
personalmente el texto de los telegramas que se cursarían a primera hora de la
mañana a todas las provincias andaluzas, por vía telegráfica militar. El texto
de los citados telegramas, decía así: “El general Sanjurjo ha asumido las
funciones de los poderes públicos en Andalucía y le siguen todo el Ejército y
demás fuerzas de la Región”.
Al mismo tiempo, el general Miguel García
de la Herrán, a lápiz, redactó el borrador de la orden declarando el estado de
guerra en Sevilla y Andalucía. El texto original de este documento histórico se
conserva y reproduce en facsímil en este libro. Dice así: “D. José Sanjurjo y
Sacanell, desde este momento Capitán General de Andalucía, ordeno y mando
destituir todas las autoridades del actual Gobierno, declarando el estado de
guerra en toda la región...”.
Del chalet Villa Casa Blanca saldrían
Sanjurjo y sus más íntimos colaboradores para el centro de la ciudad y hacerse
con el poder, tal y como estaba previsto... Pero el general se quedaría
inmediatamente solo, nada más conocerse la rapidísima acción del Gobierno y de
los partidos y sindicatos en Sevilla. Los jefes de la guarnición, en su mayoría
afines en principio a Sanjurjo, fueron desbordados por los afectos al Gobierno.
La alerta telegráfica dada por Creagh Arjona a Martínez Barrio, permitió al
alcalde publicar un bando contra la sublevación, y a los concejales del grupo
socialista organizar un Comité de Salud Pública, al mismo tiempo que la UGT
declaraba la huelga general, sin contar con cenetistas y comunistas, pero
arrastrando a la mayoría de sus afiliados.
Cuando por la noche del 10 de agosto,
Sanjurjo conoce la realidad del fracaso, el centro de la ciudad ya estaba
ocupado por las masas obreras. Horas después comenzarían las venganzas. El
balance fue de un guardia civil muerto, en el intento de asalto a la cárcel del
Pópulo; tres civiles heridos, varios intentos de asalto a casas particulares,
entre ellas las de Domingo Tejera y el marqués de Luca de Tena; los incendios
de los locales del Nuevo Casino, Círculo Mercantil y Círculo Labradores, de los
chalets de Luca de Tena y Villa Casa Blanca... Este último quedó totalmente
destruido y fue saqueado durante meses, sin que las autoridades hicieran nada
por evitarlo. La plebe se lo llevó todo, hasta las macetas del jardín, y lo que
no pudo llevarse, lo destruyó con increíble saña... También fueron dañados en
mayor o menor importancia, las iglesias de San Ildefonso, San Juan de la Palma
y San Martín, las dos últimas por las masas obreras del “Moscú sevillano”; los
domicilios del conde de Bustillo, de José García Carranza “El Algabeño” y
otros. Todos los edificios citados fueron ocupados por la multitud, sus bienes
destruidos y arrojados a la calle, sin que las autoridades se inmutaran. Como
durante los incidentes de mayo de 1931, el gobernador civil afirmó que, ordenar
a los guardias de seguridad que evitaran la actuación de las masas obreras,
hubiera sido una provocación social...
Las algaradas, las manifestaciones, los
tiroteos, las agresiones, los gritos revolucionarios, duraron todo el día 11
hasta bien entrada la noche. Ese día no hubo periódicos en Sevilla y tanto “La
Unión” como “ABC”, fueron suspendidos durante ciento quince días, todo un
récord.
Después vino la segunda represión, contra
los militares y los civiles encartados en el golpe de Sanjurjo. Ya hemos dicho
que se arruinaron muchas carreras castrenses, y la incautación de bienes
familiares fue importante. Al mismo tiempo, la dureza de la represión gubernamental
marcó la plaza militar sevillana, que fue descabezada de jefes y oficiales
sospechosos de ser antirrepublicanos. Esta situación, junto al carácter
revolucionario de “Sevilla la Roja”, fueron determinantes en el verano de 1936.
A los procesos sumarísimos de tres
generales y un oficial, siguieron los de más de cien generales, jefes y
oficiales, incluido el general jefe de la Segunda División Orgánica (Sevilla).
A Villa Cisnero fueron deportados ciento cuarenta y cinco jefes y oficiales,
más otro tanto de presos civiles. Hubo personas que pudieron huir antes de ser
detenidos y se refugiaron en Gibraltar, Portugal y Francia, siendo condenados
en rebeldía. Pero un numeroso grupo de militares quedó preso en Sevilla, en las
galerías de la Plaza de España, durante más de un año, pendientes de juicios,
algunos de los cuales no se celebraron hasta mediado 1935.
De entre las listas parciales de presos
publicadas por los diarios sevillanos, recogemos una de “ABC”69 y otra
correspondiente a la sentencia de fecha 4 de marzo de 1935, en las que se dan
los nombres de los siguientes condenados: José Sánchez Laulhe, Eleuterio
Sánchez Rubio, Cristóbal González Aguilar, Capitolino Enrile y López de Morla,
Juan de Sangrán y González, Javier Parladé Ybarra, Vicente Medina Carvajal...
La “sanjurjada” tuvo efectos conflictivos
en el mundo sindical sevillano, hasta el punto de que marcaría los
comportamientos entre socialistas por una parte y cenetistas y comunistas por
otra. Para los socialistas, la “sanjurjada” sirvió para defender y afirmar la
República. Para los cenetistas, no sólo había que luchar para que condenaran a
muerte al general rebelde, sino que también había que aprovechar la ocasión
para combatir la República, y lo intentó haciendo un llamamiento a la rebelión,
a la guerra social. Para el comunismo comenzó la renovación total, la “purga”
del equipo de Bullejos, quien a su vez tenía ya los días contados, pero todavía
no se consideraba oportuno derribar el régimen republicano, que habría de ser
el puente que llevara a la sovietización de España. Además, la unidad de las
izquierdas era una utopía, y Moscú sabía perfectamente que sin esa unidad, sin
un frente común, era una temeridad derribar la República. Esa fue la filosofía
que tres años después se impuso en el congreso de la Internacional Comunista en
Moscú, en el que ya intervinieron con plenos poderes Pepe Díaz y Dolores
Ibarruri “La Pasionaria”.
Después del verano de 1932, Sevilla entró
en una nueva etapa conflictiva, aún más radicalizada que la iniciada en abril
de 1931, con efectos devastadores para la convivencia. En “Sevilla la Roja”, ni
la vida ni la hacienda fueron respetadas. La ciudad y la mayor parte de la
provincia quedaron marcadas negativamente para el futuro. Al ya temible poderío
de las masas obreras, agravado por los problemas socioeconómicos, se unió la
desmoralización de la guarnición militar y los cambios que fue realizando el
Gobierno para situar al frente de los Cuerpos a jefes de reconocida adhesión
republicana. Los militares llegaron a ser provocados por los guardias de asalto
y de seguridad en plena calle, cacheándoles y pidiéndoles la documentación.
Estaba claro que con Sevilla, después del
fracaso de la “sanjurjada”, no se podría contar para un nuevo proyecto de
alzamiento militar, y así lo comprendió el general Mola al diseñar el plan de
1936. Es importante insistir en que “Sevilla la Roja” no entró nunca en el plan
de los conjurados del 18 de julio. De ahí el valor decisivo que luego tuvo la
plaza de Sevilla en el éxito inicial de la sublevación. Todavía el 19 de julio
por la noche, Mola estuvo a punto de huir a Francia creyendo que el alzamiento
había fracasado... Y Franco no puso los pies en la Península hasta el 28 de
julio, cuando vino a Sevilla a entrevistarse con Queipo de Llano.
Nicolás Salas.
La Guerra Civil en Sevilla