La llegada de los almohades a Isbiliya el 12 de enero de 1147 supuso la total transformación de la ciudad heredada de siglos pasados. La oposición de la ciudadanía al férreo control de esta nueva dinastía supuso no sólo que la ciudad tuviera que reconquistarse en 1150, sino la construcción de un potente entramado de murallas que protegerían a los nuevos gobernantes, diseñándose un complejo sistema defensivo en torno a los principales centros económicos, religiosos y de poder: el puerto, la nueva Mezquita aljama y la residencia de los gobernantes, el Alcázar.
Se iniciaba una nueva etapa en la que Sevilla se convertiría en capital del Imperio Almohade y como tal, su estatus e importancia adquirieron un peso fundamental en el mundo islámico. En apenas cien años (entre 1150 y 1248 cuando la ciudad pasa a formar parte del reino cristiano de Castilla) Sevilla adquirirá las dimensiones que se mantendrán hasta bien entrado el siglo XIX, con un cinturón de murallas que concentraba la ciudad almohade y que a día de hoy se sigue observando en diferentes puntos del centro histórico.
El califa Abu Ya‘qub Yusuf, un príncipe instruido que había crecido en Sevilla, emprende las primeras construcciones: entre 1171 y 1172 construye un puente para unir Sevilla y Triana, una almunia o residencia palatina nueva en el exterior del recinto amurallado, llamada Buhayra, y ordena iniciar las obras de una nueva mezquita aljama, más espaciosa que la vieja mezquita omeya (hoy Iglesia de El Salvador). Más tarde también se amplía el recinto de los Reales Alcázares, con una gran huerta hacia el sureste y con nuevos palacios hacia el río Guadalquivir, a occidente. La mezquita aljama, terminada en torno a 1182, quedó unida a la residencia palatina mediante varios lienzos de muralla que permitían el paso directo entre ambos y creaban espacios vacíos seguramente con fines militares y de seguridad. Su patio, al menos en el siglo XV, cuando lo visita Jerónimo Münzer, estaba plantado de naranjos, cidros, limoneros, cipreses y palmeras. Hoy es conocido como Patio de los Naranjos.
La demostración de supremacía por parte de los almohades no se limita a las construcciones políticas o religiosas. A menudo intentan relacionarse con el mundo romano, asimilándose así a un gran imperio. En este sentido, destaca la restauración de los Caños de Carmona, construcción que abastecía de agua a la ciudad en época romana, a la que los almohades vuelven a poner en valor. Con ello proporcionaban a los sevillanos agua potable a través de un gran aljibe alimentado por las aguas conducidas desde Alcalá de Guadaira mediante un sistema de acueductos y canales subterráneos.
Esto tiene mucho que ver con el saneamiento de la ciudad, ya que la ciudad musulmana era también heredera del mundo romano en este aspecto. Así, disponían de una red de alcantarillas y desagües que corrían por debajo de los suelos y patios. El agua también abastecía los baños (hamman) situados cerca de la mezquita por su carácter de purificación y ritual. Estos también se remontan a época clásica, pero los musulmanes los dotan de un significado religioso: eran baños para purificar antes de la oración, por lo que a menudo los hamman se colocaban cercanos a las mezquitas.
En 1172 comenzaron las obras de la mezquita aljama, construida por la deterioro que habían sufrido tanto el pequeño oratorio que había en la alcazaba como la hasta entonces mezquita aljama de Sevilla, la mezquita de Ibn ‘Adabbas; o eso creían los sevillanos, ya que el monopolio de los gobernantes sobre esta nueva mezquita queda evidenciado por el levantamiento en el año 1184, bajo la orden de Yusuf Abu Ya’qub, de un muro que la encerraba dentro del recinto de la alcazaba almohade. En su entorno se iniciaron las labores de explanación y erección de murallas militares, trabajos que hicieron que treinta años después se hubiera modificado por completo el urbanismo anterior en esta parte de la ciudad.
Al lado de la mezquita se sitúa siempre el zoco, pagando una renta a la primera. Con la construcción de la nueva mezquita aljama se trasladó a ella el mercado, que había estado en torno a la mezquita de Ibn Adabbas. Así, en los XII y XIII se concentraban en lo que hoy es la catedral y las calles en dirección al Salvador. Son muchos los textos que nos han llegado sobre su actividad, cómo se reprendía a los comerciantes por ensuciar y molestar a los que iban a rezar, o las peticiones de los comerciantes para que redujeran el precio de alquiler de los locales.
Uno de los temas más polémicos de la construcción almohade en Sevilla lo constituye la cerca urbana, de la que se conservan varias partes fragmentadas, dispuestas de forma emergente o embutidas en el caserío actual. Parece pertenecer a época almohade, aunque Ibn Sahib al-Salat sólo menciona la parte situada al lado del río, el muro de la puerta de Djahwar, y las ‹‹alcazabas››. Sin embargo, si comparamos estos fragmentos con los del resto de la ciudad, podemos observar que son idénticos. Aún así, existe la posibilidad de que parte del trabajo lo hubieran realizado los almorávides anteriormente.
En cualquier caso, sabemos que ya en los últimos años del dominio almohade, tras el mandato de Ya’qub (máximo emprendedor de construcciones en Isbiliya) y poco antes de la conquista de la ciudad a manos de Fernando III, se realizaron las últimas obras públicas, entre las que estarían la creación del antemuro y ampliación de la murallas, el foso y la Torre del Oro para que sirviera de atalaya y, a la vez, de defensa contra posibles ataques cristianos desde el otro lado del río.
De este gigantesco esfuerzo constructivo, que transformó por completo el paisaje urbano de Sevilla quedan abundantes testimonios, visibles unos, soterrados u ocultos otros, que nos dan una idea de la magnificiencia del legado almohade.
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