lunes, 30 de marzo de 2015

Una prostituta salvó a Franco en la Semana Santa de 1940




En la primavera de 1940 pudo evitarse un atentado contra el general Franco, que hubiera cambiado la historia de España. Posiblemente fue el complot mejor organizado y el que más cerca estuvo de lograr su objetivo, aunque es el único que ha sido ignorado por los historiadores. El desenlace ocurrió en Sevilla un Viernes de Dolores, en el cabaret Zapico.

La Semana Santa de 1940 trascendió popularmente por la visita de Franco a Sevilla para presidir por primera y única vez la procesión del Santo Entierro, circunstancia que provocó el primer enfrentamiento público del jefe del Estado con el cardenal Segura y una serie de hechos posteriores que estuvieron a punto de producir la segunda expulsión de España del prelado. Después de aquel histórico 22 de marzo de 1940, el general Franco no volvió más a Sevilla en Semana Santa, como demostración inequívoca de su rechazo al cardenal Segura.
Sin embargo, no fue aquel enfrentamiento el único motivo de preocupación para Franco. Cuando el Miércoles Santo, 20 de marzo, ocupó el palco principal del Ayuntamiento en la plaza de Falange Española, para presenciar las procesiones, ya conocía el desenlace de un complot para asesinarle en Sevilla.

El domingo 10 de marzo de 1940, Manuel Muñoz Filpo, secretario de la Delegación de Orden Público, convocó en su despacho de la Jefatura Superior de Policía Gubernativa a los tres comisarios principales. Luis Garrido Escobar, Manuel Blanco Horrillo y Manuel Cordero Navarro, fueron a la sede de la Jefatura, en la plaza de San Lorenzo número 6, al atardecer y conocieron una situación inquietante: un grupo de brigadistas internacionales había organizado en París un complot para asesinar al general Franco durante su estancia en Sevilla. La única pista inicial era un despacho cifrado enviado por el Ministerio de Gobernación, que trasladaba el breve informe elaborado por los servicios secretos españoles en París, alertando además de la posible complicidad del anarquismo y comunismo sevillanos. Desde el día siguiente, toda la policía gubernativa y la Guardia Civil tenían como objetivo prioritario descubrir alguna pista que les llevara hasta el grupo brigadista internacional y sus posibles cómplices sevillanos

La entrevista de Manuel Muñoz Filpo con los tres comisarios duró hasta la madrugada del lunes. El único posible punto de apoyo había sido aportado por el guardia civil José Carvajal Chía, hombre de confianza de Muñoz Filpo, que realizaba tareas de espionaje como infiltrado en los grupos clandestinos de anarquistas. Carvajal Chía realizaba su tarea secreta desde finales de los años veinte, cuando la Guardia Civil reorganizó sus servicios de información con motivo de la Exposición Iberoamericana, para controlar mejor a los sindicalistas de la CNT, la UGT y la Unión Local del PCE.

Carvajal Chía había informado días antes a Muñoz Filpo de la llegada a Sevilla de un anarquista procedente de Barcelona, apodado “Romero Chico”, que ya estuvo en la ciudad durante la Exposición Iberoamericana y fue un activista muy peligroso. Extrañó que no se relacionara habitualmente con sus antiguos compañeros de la CNT, que no pidiera ningún tipo de ayuda y que diera razones poco convincentes sobre su abandono de Barcelona y llegada a Sevilla. “Romero Chico”, cuyo nombre era Manuel Romero López, vestía bien y disponía de abundante dinero. Otro comportamiento irregular fue su continuo cambio de residencia, pues todos los días dormía en una pensión distinta, incluso en los pueblos cercanos.
Muñoz Filpo dispuso el seguimiento de Manuel Romero López mientras estuviese en Sevilla. Los días 11 al 14 no dieron el menor resultado positivo. Pero el día 15, viernes de Dolores, Muñoz Filpo tuvo dos confidencias que resultaron decisivas.

Una prostituta, clave

La noche del jueves día 14, varios oficiales legionarios coincidieron en la conocida casa de citas de “La Cangrejera”, en la plaza de la Mata. Un hecho normal durante toda la guerra y en los meses siguientes. Lo que llamó la atención de una de las muchachas de la casa, una antigua enfermera italiana, fue que todos los hombres, cuatro en total, utilizaran su mismo idioma para hablar entre ellos y lo hicieran con palabras claves, sin sentido aparente. Todavía se intrigó más cuando, en la intimidad de uno de los dormitorios, pudo comprobar que el hombre que estaba con ella no entendía las susurrantes palabras en italiano que le dirigía entre caricias.
A media mañana del día siguiente, viernes día 15, la muchacha comunicó sus observaciones a “Manolito el del clavel”, un falangista reciente, también conocido por “El Lecherito”, por regentar una lechería en la esquina de la calle Marco Sancho con la plaza de la Mata. Éste trasladó la información al cabo de la guardia civil Enrique Galván Maestro, afecto a la Policía Militar y uno de los hombres de confianza del secretario de Orden Público.

Cuando Manuel Muñoz Filpo conoció los datos obtenidos en casa de “La Cangrejera”, los relacionó con el informe de Carvajal Chía sobre el seguimiento del anarquista “Romero Chico”. Había una coincidencia importante, pues el citado anarquista también había estado la noche anterior en la misma casa de citas. El hecho de que fueran cuatro hombres, todos extranjeros y vestidos con el uniforme de la Legión, podría responder a una estrategia de camuflaje. Muñoz Filpo, Galván y Carvajal, coincidieron en que podría tratarse del grupo de brigadistas detectado en París y “Romero Chico” su enlace en Sevilla.

En el cabaret Zapico

Aquella misma tarde del viernes de Dolores, día 15 de marzo, Galván y Carvajal solicitaron permiso para detener a “Romero Chico” y proceder a interrogarle en el cuartel del Sacrificio, en la Calzada. Pero Muñoz Filpo consideró que, si en efecto se trataba del enlace del grupo de brigadistas, su detención podría impedir detectarle y seguirle los pasos. Entonces acordaron vigilarle día y noche hasta conseguir comprobar si tenía alguna relación con el grupo de cuatro legionarios que visitó la casa de “La Cangrejera” o bien había sido una coincidencia.

Al filo de la madrugada, los guardias civiles que vigilaban los pasos de Manuel Romero López llamaron al cabo Galván para informarle que el anarquista estaba en el cabaret Zapico desde poco después de las diez de la noche y que en el local había numerosos militares, entre ellos varios oficiales de la Legión, que se habían incorporado en el curso de la noche.

Entonces, el guardia Carvajal Chía fue a la casa de “La Cangrejera” y pidió a la muchacha italiana que hizo la confidencia que le acompañara a Zapico a tomar una copa, como unos clientes más, y comprobara si algunos de los oficiales legionarios que estaban en el cabaret eran los mismos que ella conoció en la casa de citas. Poco después, Carvajal Chía, exultante, informó a Muñoz Filpo que eran los mismos y además habían ocupado junto a “Romero Chico” y varias mujeres del salón uno de los palcos-reservados.

No había, pues, duda alguna de la relación entre ellos después de la primera coincidencia en la casa de citas de “La Cangrejera”,  en la plaza de la Mata. La perspicacia de una joven prostituta italiana fue el eslabón determinante, providencial, para poner a la Guardia Civil en la pista verdadera y evitar el posible atentado contra el general Franco en Sevilla.

Muere el cabo Galván

Manuel Muñoz Filpo montó un amplio dispositivo para detener a las cinco personas y asegurarse sus testimonios. No quería muertos. Una decena de guardias civiles de paisano se fueron incorporando al cabaret Zapico, en la calle Leonor Dávalos número 17, como clientes, tomando posiciones estratégicas. Y un grupo de cinco guardias, con el cabo Enrique Galván Maestro al frente, rodeó el palco-reservado y dio el alto a los reunidos. Los cinco hombres alzaron los brazos al mismo tiempo que se pusieron de pie, ante las atónitas miradas de las muchachas de alterne que les acompañaban. Galván ordenó a las mujeres que se retiraran y en ese momento, Manuel Romero López se abrazó a una de ellas, escudándose en su cuerpo, y empuñando una pistola comenzó a disparar contra el cabo Galván, que cayó al suelo malherido en el vientre. La respuesta de los guardias civiles fue fulminante, registrándose un intenso tiroteo entre gritos y carreras. La refriega apenas duró treinta interminables segundos. Los cuatro supuestos legionarios resultaron muertos, acribillados, pero el anarquista Manuel Romero López pudo ser detenido vivo.

Además del cabo Galván, fueron heridos tres guardias civiles, uno de ellos José Carvajal Chía, en una pierna, al tratar de socorrer a su amigo Galván. Este murió dos días después en la casa de socorro del Prado de San Sebastián, pues las heridas en el vientre eran mortales de necesidad.

Cómo fue el complot

Franco fue informado de lo ocurrido y autorizó que el guardia civil “Juanillo el de los pelos colorao”, armado con un subfusil ametrallador, montara vigilancia debajo del palco principal del Ayuntamiento. Cuando el jefe del Estado ocupó el palco el Miércoles Santo, su semblante era impenetrable, como siempre. Nadie, ni su esposa e hija, pudieron suponer que estaba informado al detalle de lo ocurrido en el cabaret Zapico varios días antes, donde los guardias civiles de Muñoz Filpo acabaron con los agentes comunistas que vinieron a Sevilla con el propósito de asesinarle durante el desfile del Santo Entierro.

Un año después, en la primavera de 1941, los periódicos publicaron el siguiente suelto: “Los Tribunales de Justicia. Sentencia cumplida: Se ha cumplido la sentencia de muerte dictada por Consejo de Guerra contra el anarquista Manuel Romero López, uno de los asesinos del cabo de la Guardia Civil don Enrique Galván Maestro, afecto a la Policía Militar de nuestra ciudad...”
Antes de ser fusilado, Manuel Romero López, preso durante varios meses en los calabozos del cuartel del Sacrificio, declaró ante la Guardia Civil hasta el último detalle del complot organizado por la Internacional Comunista en París. Los cuatro supuestos oficiales legionarios eran ex brigadistas internacionales contratados por Victorio Codovila, el agente italoargentino del Komintern para España, para asesinar a Franco en Sevilla, donde rendiría viaje después de un largo recorrido por varias provincias andaluzas. Manuel Romero López, aunque anarquista, había sido uno de los agentes de Alexander Orlov, el organizador de las “chekas” comunistas en Barcelona. Su papel en el complot de Sevilla era de guía, por conocer la ciudad y sus barrios obreros después de su estancia durante la Exposición Iberoamericana de 1929.
El atentado estaba previsto para el Viernes Santo, cuando Franco presidiera el desfile del Santo Entierro. Los ex brigadistas habían decidido actuar en la salida de la calle Sierpes a la plaza de Falange Española, situándose dos a cada lado, en las calles Granada y Manuel Cortina, con bombas de mano y pistolas ametralladoras. Manuel Romero López les había asegurado escondites individuales, ropas para cambiarse y vehículos para la fuga inicial. Después contarían con la cobertura del Komintern para salir de España por distintos lugares.    

Manuel Muñoz Filpo pudo comprobar que el atentado había sido organizado hasta el mínimo detalle y con pleno conocimiento de las circunstancias ciudadanas en Semana Santa. Sólo el destino lo había evitad.

Nicolas Salas. De su libro Sevilla en la Posguerra. Guadalturia Ediciones 

sábado, 14 de marzo de 2015

Los orígenes del Pregón




Los pregones de la Semana Santa carecen de una tradición secular. Yo mismo nací antes que a nadie se le ocurriera pregonar la Semana Santa. Quizás por eso, por poseer una perspectiva histórica tan dilatada, me permito comentar esta curiosa faceta cofradiera. Y pretender erigirme –¿Por qué no?– en pregonero de los pregoneros, pasando superficialmente por la cadena de pregones que se han eslabonado desde la década de los cuarenta.

Obligado es, por tanto, retrotraernos hasta el origen de esta costumbre. Para ello hemos de situarnos en el año de 1933,en plena república, cuando  las fuerzas vivas de la ciudad, en su imperioso afán de despegar del enorme retroceso que había experimentado la afluencia de turistas, tras la clausura, tres años antes, de la Exposición Iberoamericana y estando necesitada Sevilla de inyecciones en su economía, tan maltrecha desde el “crack” de Wall Street, en 1929, y por las ingentes deudas que dejó aquel Certamen Internacional en el que se cifraba nada menos que la incorporación al siglo XX, buscaron al más afamado charlista de España, el valenciano Federico García Sanchís, para que incluyera en su tan diverso como ameno repertorio temático, con el que llenaba los teatros de España e Iberoamérica, una exaltación de nuestra Semana Santa, que impulsara a sus audiencias a visitar Sevilla en  dichas fechas.

Así tuvo lugar, en el referido año y en el Teatro Cervantes (hoy, cine) una memorable disertación del celebérrimo charlista por su amenísima erudición, que constituyó el primer antecedente de los pregones, Aquella disertación estaba estructurada como eficaz propaganda de la Semana Santa de Sevilla enfocada para difundirla en el exterior. Pero a nuestros abuelos debió parecerle música celestial toda aquella cascada de piropos a Sevilla y a sus Vírgenes, hasta el punto que, en 1937, en plena guerra civil y estando García Sanchís en la zona sublevada, dio otra de sus famosas charlas sobre la Semana Santa a los propios sevillanos, esta vez en el Teatro San Fernando, de mucho más aforo. Y un tercer “pregón” para los narcisistas locales, en el invierno de 1939 –cuaresma– a punto de concluir el conflicto bélico fratricida. En el mismo teatro y ante la enorme popularidad adquirida, el brillante orador valenciano pronunció, en 1940, su último ”pregón”.

La heroica etapa de los años cuarenta

Estos cuatro  aldabonazos a la conciencia de los cofrades crearon un clima propicio para tratar de establecer la continuidad de tales charlas encomiásticas de nuestra Semana Mayor.

Observe quien me lea que, hasta ahora la palabra pregón la he entrecomillado. No ha sido por mero capricho. Se debe  a que, aunque yo no asistí a tales actuaciones, porque todavía era un púber o flamante adolescente, no creo –y las fuentes hemerográficas me lo confirman– que aquellas brillantes intervenciones de Federico García Sanchís llegaran a ser auténticos pregones, como lo entendemos en la actualidad. Quizás carecieran de la parafernalia protocolaria que, poco a poco, fueron alcanzando.
Para lograr tal continuidad en los actos exaltadores de nuestra Semana Santa, con vistas a su proyección al exterior, se buscó una figura muy relevante, que fuera, sobre todo, poeta, a ser posible, andaluz y orador de brillante verbo.

La búsqueda, aunque pertinaz, no fue  menos laboriosa y así llegó a transcurrir todo el año de 1941 sin que se decidiera el que habría de ser el primer pregonero oficial de nuestra Semana Santa.  

Al fin, surgió José María Pemán, gaditano ilustre pese a su juventud que, en medio del hervor anticlerical de los primeros  años republicanos, dio patente testimonio de su religiosidad con su valiente drama sobre la Compañía de Jesús, “El divino impaciente”, estrenado a los pocos meses de ser expulsada de España; y que, durante la guerra, se acreditó cumplidamente como poeta, articulista y orador, escribiendo, también, páginas laudatorias al bando nacional, al punto de llegar a ocupar la presidencia de la Real Academia de la Lengua, quien, no sólo no llegó a ser elegido, sino, como me contaba su gran amigo, Joaquín Romero Murube, en una de nuestras charlas peripatéticas por los jardines de “su” Alcázar, fue el mismo Pemán quien se ofreció a pronunciarlo. Es obvio que tal sugerencia fue acogida con unánime entusiasmo.

Así fue como el ingenioso gaditano se subió a la palestra para emular a su admirado Federico García Sanchís, imprimiendo a su pregón el sello andaluz que se echaba de menos en los pronunciados por el valenciano.

Por fin, tras los cuatro previos intentos, a cual más enriquecedor, se pudo hablar, en 1942, de un pregón, el de Pemán,  de la Semana Santa de Sevilla

Apuntalado el pregón por Pemán, ya sólo restaba la presencia de un sevillano en el escenario. Y fueron dos los que se apresuraron a exprimir el zumo de la sevillanía cofradiera: Luís Ortiz Muñoz y Joaquín Romero Murube (1943 y 1944), logrando fijar los cánones de esa manifestación autóctona que es el Pregón –ya con inicial en mayúscula– de la Semana Santa.

A lo largo de esta patética década alternarían voces sevillanas y foráneas vinculadas con Sevilla, como Francisco Sánchez Castañer, Luís Morales Oliver, Esteban Bilbao Eguía, Miguel García Bravo–Ferrer y Antonio Filpo Rojas.

En 1948 se produjo un insólito pregón paralelo o alternativo, quizás “off”, que hizo historia: el recital del Padre Cué, sobre su libro “Cómo llora Sevilla”, declamado en el mismo Teatro San Fernando, que causó enorme  sensación, al extremo de constituir el acontecimiento más destacado de la historia de los Pregones de la Semana Santa de Sevilla, aquí sólo lo recogemos como hecho anecdótico. Quien desee más información, tanto  sobre la interesantísima figura de aquel jesuita nacido en México, que captó como nadie la esencia de nuestra Semana Santa, como la gestación de tan excepcional libro que alcanzó innumerables ediciones en poco más de medio siglo, remito a mi libro “La Semana Santa del Padre Cué. Testimonio del último superviviente de “Cómo llora Sevilla”, de esta misma editorial.

Los pregones de la década de los cincuenta

De la lectura de los pregones pronunciados en la etapa inicial de los años cuarenta puede colegirse que, tras el elegante verbo del primer pregonero oficial, el gaditano Pemán, fueron Ortiz Muñoz y Romero Murube quienes configuraron las características que iban a adoptar en el futuro los pregones, y desprenderse, en consecuencia, la consolidación de un subgénero literario autóctono que ha superado ya las setenta obras.

Julio Martínez de Velasco

sábado, 7 de marzo de 2015

El Hotel Madrid



Todavía viven muchos sevillanos que recuerdan lo que fue la plaza de la Magdalena hasta mediado los años sesenta del pasado siglo XX, con edificios emblemáticos como el Hotel Madrid, el Hotel París, las casas solariegas del marqués de Aracena y Robledo, y otras datadas en los siglos XVIII y XIX, que fueron derribadas durante la “edad de oro” de la piqueta.

El Hotel Madrid había permanecido abierto durante más de un siglo, primero con el nombre de Fonda de Madrid, al estilo de la época. Era el hotel decano de Sevilla, título que cedió al Hotel Inglaterra, que sigue abierto, remozado, y ejerciendo de decano con evidente vocación hotelera y ciudadana en la plaza Nueva desde el año 1857. El Hotel Madrid fue lugar de tertulias burguesas y aristócratas, de bailes los sábados, domingos y festivos; de encuentros antes de ir al cine y al teatro, o a los toros... Después de las corridas se organizaban tertulias taurinas. 

También el Hotel Madrid acogía a algunos equipos de fútbol que venían a nuestra ciudad a jugar contra el Sevilla y el Betis, o bien la selección nacional que se enfrentaba a equipos extranjeros.
Tenía el hotel una enorme riqueza en lienzos de azulejos de las primeras décadas del siglo XIX, forjas preciosas, maderas nobles, suelos de mármol, yeserías. Su cierre no fue motivado por ruina del negocio ni del edificio, sino por la especulación inmobiliaria, pues incluso tuvo que permanecer abierto tres meses más de lo previsto para poder atender los compromisos contraídos con la clientela habitual. El edificio se vendió en unos 250 millones de la época, y fue derribado para construir la segunda sede de Galerías Preciados. La primera también estaba en la plaza de la Magdalena, en la manzana que ocupaba el Hotel París haciendo esquina con la calle O’Donnell. La primera sede de Galerías Preciado se inauguró el día uno de octubre de 1959. Ahora, las dos sedes de Galerías pertenecen a El Corte Inglés.

En 1900 y en los Juegos Florales del Ateneo, el turismo fue estudiado como factor positivo para la economía sevillana. Una referencia insólita cuando se conoce que los visitantes extranjeros fueron considerados excéntricos y hasta los chiquillos les perseguían a pedradas cuando asomaban por las esquinas de los barrios. Vicente Narbona expuso su plan de mejoras para convertir Sevilla en "ciudad de invierno", y entre las recomendaciones que hizo, dijo textualmente: "...respecto al libertinaje, vicio que tiene su origen en la falta de cultura y civilización del pueblo, únicamente se corrige con la obligatoria asistencia de los niños a las escuelas (...) Es necesario evitar que en la vía pública se presencien escándalos que ofendan a la ilustración de las gentes, tales como la embriaguez callejera, y el desagradable aspecto del sinnúmero de pilluelos y desarrapados que pueblan las calles más céntricas y, sobre todo, hay que evitar a todo trance la burla a los extranjeros y a los ancianos, y el espectáculo poco edificante de las pedreas con que les reciben en los barrios".

La ciudad que recibía al visitante, llámese touriste o inglés, que eran los nombres utilizados, tenía varias perspectivas y casi todas ellas encajaban en el tópico surgido de juicios hechos con ligereza, superficialidad y, a veces, con ignorancia de las más elementales realidades sevillanas, no sólo las que permanecían más o menos soterradas, que eran graves, sino incluso en las que estaban a simple vista, pues era lamentable el estado de abandono en que se encontraban a principios de siglo las vías públicas, los jardines, los paseos y hasta los monumentos más representativos. 

Para atender a los visitantes, la ciudad contaba en 1900 con doce fondas, que eran las más lujosas y entre las que se encontraba la Fonda de Madrid, el más antiguo establecimiento de su clase, con doscientas habitaciones y sala de baños, frecuentado por los personajes de mayor rango.

Comedor  del Hotel Madrid
Las dos imágenes recuperan la memoria gráfica del comedor principal del Hotel Madrid, una joya de azulejería del siglo XVIII, maderas nobles y yeserías. El comedor se cubría con un precioso alfarje, se comunicaba con el patio principal y sus galerías a través de tres arcos con alfices, y varias ventanas también daban luz natural al espacio. El Hotel Madrid estuvo abierto hasta el día 1 de noviembre de 1967 y el edificio fue demolido pocos años después para construir la segunda sede de Galerías Preciados (1971), complemento de la primera establecida también en la plaza de la Magdalena, esquina a la calle O’Donnell, desde el primero de octubre de 1959. El Hotel Madrid era el decano del sector y estaba ubicado desde mediado el siglo XIX en la antigua casa palacio de los condes de Gelves. Tenía cinco patios y amplios lienzos de azulejos, artesonados y alfarjes, maderas nobles, cristaleras y escaleras de mármol.

Las escaleras del Hotel Madrid
El Hotel Madrid tenía varias escaleras que comunicaban las plantas baja y principal, todas ellas vertebradas con las galerías, vestíbulos y patios. Vemos en las imágenes las escaleras que daban al patio principal y al vestíbulo de la calle San Pablo.


Las galerías del Hotel Madrid
Toda la amplísima planta baja estaba vertebrada por galerías que unían entre sí los cinco grandes patios, espacios abiertos, luminosos, que daban al hotel una personalidad única en el sector hotelero. El Hotel Madrid tenía varios patios espléndidos, y uno de ellos, cubierto de cristales, se podía utilizar durante todo el año. Puede decirse que hasta la fundación del Hotel Alfonso XIII, en 1928, el Hotel Madrid era la máxima referencia hotelera y social, un establecimiento de prestigio nacional e internacional.

La publicidad del Hotel Madrid
El anuncio que reproducimos está fechado en los años treinta de la pasada centuria y su texto refleja el estilo hiperbólico propio de la época. Es una muestra de la sociología ciudadana del primer tercio del pasado siglo XX. Desde mediado los años cuarenta, el Hotel Madrid había modificado parte de su fachada con vistas a las calles San Pablo y Méndez Núñez, para acomodar un local comercial, que desde el principio fue ocupado por el concesionario de la Casa Philips, dedicada a todo tipo de aparatos electrodomésticos y de sonido.



El Hotel Madrid ocupaba toda una manzana entre las calles San Pablo, Méndez Núñez, Moratín y Ciriaco Pacheco. Un caso único e irrepetible en el casco antiguo. La reconversión del enorme edificio hotelero en un complejo de pisos de lujo,  locales comerciales de grandes superficies, aparcamientos y servicios en pleno centro de la ciudad supuso una operación financiera sin precedentes. Para afrontar el negocio se formó una empresa mobiliaria liderada por empresarios sevillanos poderosos apoyados por empresarios forasteros. En noviembre de 1967 el Hotel Madrid cerró sus puertas y en 1971 era en gran parte sede de la segunda tienda de Galerías Preciados, además de un  complejo de pisos y tiendas. El solar había  costado unos 250 millones de pesetas de entonces. Las plusvalías del nuevo complejo urbano fueron muy rentables.

La destrucción del Hotel Madrid no estuvo justificada. El magnífico edificio pudo ser reutilizado por cualquier Administración Pública, conservando sus espléndidas riquezas patrimoniales. O por alguna Corporación o entidad privada.  Las imágenes que estamos incluyendo en este serial demuestran la belleza de la azulejería, de los mármoles, de la yesería, de las maderas nobles y del mobiliario. El Hotel Madrid era un lujo para Sevilla. Como lo eran los edificios decimonónicos de la acera Este, donde estuvo el Hotel París-Roma; o la acera Oeste, con la casa solariega de Conde Luque, luego del marqués de Aracena; más la casa solariega de la familia Robledo y la casa del siglo XVIII de la acera Norte.

Trabajo del maestro Nicolás Salas de su libro Sevilla desaparecida. Guadalturia 2008