En la primavera de 1940 pudo evitarse un
atentado contra el general Franco, que hubiera cambiado la historia de España.
Posiblemente fue el complot mejor organizado y el que más cerca estuvo de
lograr su objetivo, aunque es el único que ha sido ignorado por los
historiadores. El desenlace ocurrió en Sevilla un Viernes de Dolores, en el
cabaret Zapico.
La Semana Santa de 1940 trascendió
popularmente por la visita de Franco a Sevilla para presidir por primera y
única vez la procesión del Santo Entierro, circunstancia que provocó el primer
enfrentamiento público del jefe del Estado con el cardenal Segura y una serie
de hechos posteriores que estuvieron a punto de producir la segunda expulsión
de España del prelado. Después de aquel histórico 22 de marzo de 1940, el
general Franco no volvió más a Sevilla en Semana Santa, como demostración
inequívoca de su rechazo al cardenal Segura.
Sin embargo, no fue aquel enfrentamiento
el único motivo de preocupación para Franco. Cuando el Miércoles Santo, 20 de
marzo, ocupó el palco principal del Ayuntamiento en la plaza de Falange
Española, para presenciar las procesiones, ya conocía el desenlace de un
complot para asesinarle en Sevilla.
El domingo 10 de marzo de 1940, Manuel
Muñoz Filpo, secretario de la Delegación de Orden Público, convocó en su
despacho de la Jefatura Superior de Policía Gubernativa a los tres comisarios
principales. Luis Garrido Escobar, Manuel Blanco Horrillo y Manuel Cordero
Navarro, fueron a la sede de la Jefatura, en la plaza de San Lorenzo número 6,
al atardecer y conocieron una situación inquietante: un grupo de brigadistas
internacionales había organizado en París un complot para asesinar al general
Franco durante su estancia en Sevilla. La única pista inicial era un despacho
cifrado enviado por el Ministerio de Gobernación, que trasladaba el breve
informe elaborado por los servicios secretos españoles en París, alertando
además de la posible complicidad del anarquismo y comunismo sevillanos. Desde
el día siguiente, toda la policía gubernativa y la Guardia Civil tenían como
objetivo prioritario descubrir alguna pista que les llevara hasta el grupo
brigadista internacional y sus posibles cómplices sevillanos
La entrevista de Manuel Muñoz Filpo con
los tres comisarios duró hasta la madrugada del lunes. El único posible punto
de apoyo había sido aportado por el guardia civil José Carvajal Chía, hombre de
confianza de Muñoz Filpo, que realizaba tareas de espionaje como infiltrado en
los grupos clandestinos de anarquistas. Carvajal Chía realizaba su tarea
secreta desde finales de los años veinte, cuando la Guardia Civil reorganizó
sus servicios de información con motivo de la Exposición Iberoamericana, para
controlar mejor a los sindicalistas de la CNT, la UGT y la Unión Local del PCE.
Carvajal Chía había informado días antes
a Muñoz Filpo de la llegada a Sevilla de un anarquista procedente de Barcelona,
apodado “Romero Chico”, que ya estuvo en la ciudad durante la Exposición
Iberoamericana y fue un activista muy peligroso. Extrañó que no se relacionara
habitualmente con sus antiguos compañeros de la CNT, que no pidiera ningún tipo
de ayuda y que diera razones poco convincentes sobre su abandono de Barcelona y
llegada a Sevilla. “Romero Chico”, cuyo nombre era Manuel Romero López, vestía
bien y disponía de abundante dinero. Otro comportamiento irregular fue su
continuo cambio de residencia, pues todos los días dormía en una pensión
distinta, incluso en los pueblos cercanos.
Muñoz Filpo dispuso el seguimiento de
Manuel Romero López mientras estuviese en Sevilla. Los días 11 al 14 no dieron
el menor resultado positivo. Pero el día 15, viernes de Dolores, Muñoz Filpo
tuvo dos confidencias que resultaron decisivas.
Una prostituta, clave
La noche del jueves día 14, varios oficiales
legionarios coincidieron en la conocida casa de citas de “La Cangrejera”, en la
plaza de la Mata. Un hecho normal durante toda la guerra y en los meses
siguientes. Lo que llamó la atención de una de las muchachas de la casa, una
antigua enfermera italiana, fue que todos los hombres, cuatro en total,
utilizaran su mismo idioma para hablar entre ellos y lo hicieran con palabras
claves, sin sentido aparente. Todavía se intrigó más cuando, en la intimidad de
uno de los dormitorios, pudo comprobar que el hombre que estaba con ella no
entendía las susurrantes palabras en italiano que le dirigía entre caricias.
A media mañana del día siguiente, viernes
día 15, la muchacha comunicó sus observaciones a “Manolito el del clavel”, un
falangista reciente, también conocido por “El Lecherito”, por regentar una
lechería en la esquina de la calle Marco Sancho con la plaza de la Mata. Éste
trasladó la información al cabo de la guardia civil Enrique Galván Maestro,
afecto a la Policía Militar y uno de los hombres de confianza del secretario de
Orden Público.
Cuando Manuel Muñoz Filpo conoció los
datos obtenidos en casa de “La Cangrejera”, los relacionó con el informe de
Carvajal Chía sobre el seguimiento del anarquista “Romero Chico”. Había una
coincidencia importante, pues el citado anarquista también había estado la
noche anterior en la misma casa de citas. El hecho de que fueran cuatro
hombres, todos extranjeros y vestidos con el uniforme de la Legión, podría
responder a una estrategia de camuflaje. Muñoz Filpo, Galván y Carvajal,
coincidieron en que podría tratarse del grupo de brigadistas detectado en París
y “Romero Chico” su enlace en Sevilla.
En el cabaret Zapico
Aquella misma tarde del viernes de
Dolores, día 15 de marzo, Galván y Carvajal solicitaron permiso para detener a
“Romero Chico” y proceder a interrogarle en el cuartel del Sacrificio, en la
Calzada. Pero Muñoz Filpo consideró que, si en efecto se trataba del enlace del
grupo de brigadistas, su detención podría impedir detectarle y seguirle los
pasos. Entonces acordaron vigilarle día y noche hasta conseguir comprobar si
tenía alguna relación con el grupo de cuatro legionarios que visitó la casa de
“La Cangrejera” o bien había sido una coincidencia.
Al filo de la madrugada, los guardias
civiles que vigilaban los pasos de Manuel Romero López llamaron al cabo Galván
para informarle que el anarquista estaba en el cabaret Zapico desde poco
después de las diez de la noche y que en el local había numerosos militares,
entre ellos varios oficiales de la Legión, que se habían incorporado en el
curso de la noche.
Entonces, el guardia Carvajal Chía fue a
la casa de “La Cangrejera” y pidió a la muchacha italiana que hizo la
confidencia que le acompañara a Zapico a tomar una copa, como unos clientes
más, y comprobara si algunos de los oficiales legionarios que estaban en el
cabaret eran los mismos que ella conoció en la casa de citas. Poco después,
Carvajal Chía, exultante, informó a Muñoz Filpo que eran los mismos y además
habían ocupado junto a “Romero Chico” y varias mujeres del salón uno de los
palcos-reservados.
No había, pues, duda alguna de la
relación entre ellos después de la primera coincidencia en la casa de citas de
“La Cangrejera”, en la plaza de la Mata.
La perspicacia de una joven prostituta italiana fue el eslabón determinante,
providencial, para poner a la Guardia Civil en la pista verdadera y evitar el
posible atentado contra el general Franco en Sevilla.
Muere el cabo Galván
Manuel Muñoz Filpo montó un amplio
dispositivo para detener a las cinco personas y asegurarse sus testimonios. No
quería muertos. Una decena de guardias civiles de paisano se fueron
incorporando al cabaret Zapico, en la calle Leonor Dávalos número 17, como
clientes, tomando posiciones estratégicas. Y un grupo de cinco guardias, con el
cabo Enrique Galván Maestro al frente, rodeó el palco-reservado y dio el alto a
los reunidos. Los cinco hombres alzaron los brazos al mismo tiempo que se
pusieron de pie, ante las atónitas miradas de las muchachas de alterne que les
acompañaban. Galván ordenó a las mujeres que se retiraran y en ese momento,
Manuel Romero López se abrazó a una de ellas, escudándose en su cuerpo, y
empuñando una pistola comenzó a disparar contra el cabo Galván, que cayó al
suelo malherido en el vientre. La respuesta de los guardias civiles fue
fulminante, registrándose un intenso tiroteo entre gritos y carreras. La
refriega apenas duró treinta interminables segundos. Los cuatro supuestos
legionarios resultaron muertos, acribillados, pero el anarquista Manuel Romero
López pudo ser detenido vivo.
Además del cabo Galván, fueron heridos
tres guardias civiles, uno de ellos José Carvajal Chía, en una pierna, al
tratar de socorrer a su amigo Galván. Este murió dos días después en la casa de
socorro del Prado de San Sebastián, pues las heridas en el vientre eran
mortales de necesidad.
Cómo fue el complot
Franco fue informado de lo ocurrido y
autorizó que el guardia civil “Juanillo el de los pelos colorao”, armado con un
subfusil ametrallador, montara vigilancia debajo del palco principal del
Ayuntamiento. Cuando el jefe del Estado ocupó el palco el Miércoles Santo, su
semblante era impenetrable, como siempre. Nadie, ni su esposa e hija, pudieron
suponer que estaba informado al detalle de lo ocurrido en el cabaret Zapico
varios días antes, donde los guardias civiles de Muñoz Filpo acabaron con los
agentes comunistas que vinieron a Sevilla con el propósito de asesinarle
durante el desfile del Santo Entierro.
Un año después, en la primavera de 1941,
los periódicos publicaron el siguiente suelto: “Los Tribunales de Justicia.
Sentencia cumplida: Se ha cumplido la sentencia de muerte dictada por Consejo
de Guerra contra el anarquista Manuel Romero López, uno de los asesinos del
cabo de la Guardia Civil don Enrique Galván Maestro, afecto a la Policía
Militar de nuestra ciudad...”
Antes de ser fusilado, Manuel Romero
López, preso durante varios meses en los calabozos del cuartel del Sacrificio,
declaró ante la Guardia Civil hasta el último detalle del complot organizado
por la Internacional Comunista en París. Los cuatro supuestos oficiales
legionarios eran ex brigadistas internacionales contratados por Victorio
Codovila, el agente italoargentino del Komintern para España, para asesinar a
Franco en Sevilla, donde rendiría viaje después de un largo recorrido por
varias provincias andaluzas. Manuel Romero López, aunque anarquista, había sido
uno de los agentes de Alexander Orlov, el organizador de las “chekas”
comunistas en Barcelona. Su papel en el complot de Sevilla era de guía, por
conocer la ciudad y sus barrios obreros después de su estancia durante la
Exposición Iberoamericana de 1929.
El atentado estaba previsto para el
Viernes Santo, cuando Franco presidiera el desfile del Santo Entierro. Los ex
brigadistas habían decidido actuar en la salida de la calle Sierpes a la plaza
de Falange Española, situándose dos a cada lado, en las calles Granada y Manuel
Cortina, con bombas de mano y pistolas ametralladoras. Manuel Romero López les
había asegurado escondites individuales, ropas para cambiarse y vehículos para
la fuga inicial. Después contarían con la cobertura del Komintern para salir de
España por distintos lugares.
Nicolas Salas. De su libro Sevilla en la Posguerra. Guadalturia Ediciones
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