Los pregones de la Semana Santa carecen
de una tradición secular. Yo mismo nací antes que a nadie se le ocurriera
pregonar la Semana Santa. Quizás por eso, por poseer una perspectiva histórica
tan dilatada, me permito comentar esta curiosa faceta cofradiera. Y pretender
erigirme –¿Por qué no?– en pregonero de los pregoneros, pasando
superficialmente por la cadena de pregones que se han eslabonado desde la
década de los cuarenta.
Obligado es, por tanto, retrotraernos
hasta el origen de esta costumbre. Para ello hemos de situarnos en el año de
1933,en plena república, cuando las
fuerzas vivas de la ciudad, en su imperioso afán de despegar del enorme
retroceso que había experimentado la afluencia de turistas, tras la clausura,
tres años antes, de la Exposición Iberoamericana y estando necesitada Sevilla
de inyecciones en su economía, tan maltrecha desde el “crack” de Wall Street,
en 1929, y por las ingentes deudas que dejó aquel Certamen Internacional en el
que se cifraba nada menos que la incorporación al siglo XX, buscaron al más
afamado charlista de España, el valenciano Federico García Sanchís, para que
incluyera en su tan diverso como ameno repertorio temático, con el que llenaba
los teatros de España e Iberoamérica, una exaltación de nuestra Semana Santa, que
impulsara a sus audiencias a visitar Sevilla en
dichas fechas.
Así tuvo lugar, en el referido año y en
el Teatro Cervantes (hoy, cine) una memorable disertación del celebérrimo
charlista por su amenísima erudición, que constituyó el primer antecedente de
los pregones, Aquella disertación estaba estructurada como eficaz propaganda de
la Semana Santa de Sevilla enfocada para difundirla en el exterior. Pero a
nuestros abuelos debió parecerle música celestial toda aquella cascada de
piropos a Sevilla y a sus Vírgenes, hasta el punto que, en 1937, en plena
guerra civil y estando García Sanchís en la zona sublevada, dio otra de sus
famosas charlas sobre la Semana Santa a los propios sevillanos, esta vez en el
Teatro San Fernando, de mucho más aforo. Y un tercer “pregón” para los
narcisistas locales, en el invierno de 1939 –cuaresma– a punto de concluir el
conflicto bélico fratricida. En el mismo teatro y ante la enorme popularidad
adquirida, el brillante orador valenciano pronunció, en 1940, su último ”pregón”.
La
heroica etapa de los años cuarenta
Estos cuatro aldabonazos a la conciencia de los cofrades
crearon un clima propicio para tratar de establecer la continuidad de tales
charlas encomiásticas de nuestra Semana Mayor.
Observe quien me lea que, hasta ahora la
palabra pregón la he entrecomillado. No ha sido por mero capricho. Se debe a que, aunque yo no asistí a tales
actuaciones, porque todavía era un púber o flamante adolescente, no creo –y las
fuentes hemerográficas me lo confirman– que aquellas brillantes intervenciones
de Federico García Sanchís llegaran a ser auténticos pregones, como lo
entendemos en la actualidad. Quizás carecieran de la parafernalia protocolaria
que, poco a poco, fueron alcanzando.
Para lograr tal continuidad en los actos
exaltadores de nuestra Semana Santa, con vistas a su proyección al exterior, se
buscó una figura muy relevante, que fuera, sobre todo, poeta, a ser posible,
andaluz y orador de brillante verbo.
La búsqueda, aunque pertinaz, no fue menos laboriosa y así llegó a transcurrir
todo el año de 1941 sin que se decidiera el que habría de ser el primer
pregonero oficial de nuestra Semana Santa.
Al fin, surgió José María Pemán, gaditano
ilustre pese a su juventud que, en medio del hervor anticlerical de los
primeros años republicanos, dio patente
testimonio de su religiosidad con su valiente drama sobre la Compañía de Jesús,
“El divino impaciente”, estrenado a los pocos meses de ser expulsada de España;
y que, durante la guerra, se acreditó cumplidamente como poeta, articulista y
orador, escribiendo, también, páginas laudatorias al bando nacional, al punto
de llegar a ocupar la presidencia de la Real Academia de la Lengua, quien, no
sólo no llegó a ser elegido, sino, como me contaba su gran amigo, Joaquín
Romero Murube, en una de nuestras charlas peripatéticas por los jardines de
“su” Alcázar, fue el mismo Pemán quien se ofreció a pronunciarlo. Es obvio que
tal sugerencia fue acogida con unánime entusiasmo.
Así fue como el ingenioso gaditano se
subió a la palestra para emular a su admirado Federico García Sanchís,
imprimiendo a su pregón el sello andaluz que se echaba de menos en los pronunciados
por el valenciano.
Por fin, tras los cuatro previos
intentos, a cual más enriquecedor, se pudo hablar, en 1942, de un pregón, el de
Pemán, de la Semana Santa de Sevilla
Apuntalado el pregón por Pemán, ya sólo
restaba la presencia de un sevillano en el escenario. Y fueron dos los que se
apresuraron a exprimir el zumo de la sevillanía cofradiera: Luís Ortiz Muñoz y
Joaquín Romero Murube (1943 y 1944), logrando fijar los cánones de esa
manifestación autóctona que es el Pregón –ya con inicial en mayúscula– de la
Semana Santa.
A lo largo de esta patética década
alternarían voces sevillanas y foráneas vinculadas con Sevilla, como Francisco
Sánchez Castañer, Luís Morales Oliver, Esteban Bilbao Eguía, Miguel García
Bravo–Ferrer y Antonio Filpo Rojas.
En 1948 se produjo un insólito pregón
paralelo o alternativo, quizás “off”, que hizo historia: el recital del Padre
Cué, sobre su libro “Cómo llora Sevilla”, declamado en el mismo Teatro
San Fernando, que causó enorme
sensación, al extremo de constituir el acontecimiento más destacado de
la historia de los Pregones de la Semana Santa de Sevilla, aquí sólo lo
recogemos como hecho anecdótico. Quien desee más información, tanto sobre la interesantísima figura de aquel
jesuita nacido en México, que captó como nadie la esencia de nuestra Semana
Santa, como la gestación de tan excepcional libro que alcanzó innumerables
ediciones en poco más de medio siglo, remito a mi libro “La Semana Santa del
Padre Cué. Testimonio del último superviviente de “Cómo llora Sevilla”, de
esta misma editorial.
Los
pregones de la década de los cincuenta
De la lectura de los pregones
pronunciados en la etapa inicial de los años cuarenta puede colegirse que, tras
el elegante verbo del primer pregonero oficial, el gaditano Pemán, fueron Ortiz
Muñoz y Romero Murube quienes configuraron las características que iban a
adoptar en el futuro los pregones, y desprenderse, en consecuencia, la
consolidación de un subgénero literario autóctono que ha superado ya las
setenta obras.
Julio Martínez de Velasco
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