domingo, 20 de diciembre de 2015

Melchor Rodríguez Garcia ( El ángel rojo)


“Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”

Sindicalista, anarquista, Delegado General de Prisiones, concejal y brevemente Alcalde de Madrid, durante la Guerra Civil de España. Conocido como Manuel Amador, el Decano y el Ángel Rojo. (Sevilla, 1.893 – Madrid, 1.972).

Nacido en la calle San Jorge del barrio de Triana, era hijo de un maquinista del puerto y de una cigarrera. Cuando tenía 13 años su padre falleció en un accidente en los muelles del río Guadalquivir. Su madre tuvo que ocuparse de sacar adelante a Melchor y a sus dos hermanos.

Melchor estudió la educación primaria en el Hospicio Provincial de Sevilla, donde también ejerció de monaguillo.

Al quedarse huérfano de padre, acuciada su familia por una pobreza extrema, se vio obligado a abandonar la escuela y comenzó a trabajar como calderero en un taller de Sevilla.

En su adolescencia trató de abrirse camino en el mundo del toreo y abandonó su casa para recorrer diversas ferias y capeas. Melchor toreó con éxito en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) en septiembre del año 1.913, y posteriormente en plazas cada vez más importantes hasta conseguir llegar a la de Madrid. No tuvo suerte, pues allí mismo sufrió una grave cornada en agosto de 1.918, retirándose en 1.920 tras algunas corridas en Salamanca, El Viso del Alcor y Sevilla.

Finalizada su aventura taurina se trasladó a Madrid, donde comenzó a trabajar como chapista hacia 1.921. Pronto se sintió atraído por los movimientos de la lucha obrera de la capital, y se afilió a la Agrupación Anarquista de la Región Centro inmediatamente después de su fundación (tenía el carnet nº 3). Poco después pasó a militar en las filas de la CNT.

Partidario del anarquismo pacifista, en este sindicato comenzó su lucha en favor de los derechos de los reclusos, incluso de aquellos de ideología contraria a la suya, lo que le costó la prisión en muchas ocasiones durante la Monarquía y la República, tanto que era conocido por los carceleros como “El Decano”.

Al estallar la Guerra Civil Española, los sindicatos y organizaciones anarquistas cooperaron con el Gobierno. A finales de julio de 1.936 Melchor se incautó, junto a tres colaboradores de confianza, del Palacio de Viana en Madrid. Este palacio sirvió, durante casi toda la guerra, como refugio a muchas personas perseguidas como sospechosas de ser contrarias al Gobierno, algunas de las cuales fueron rescatadas en los últimos momentos de la cárcel por Melchor, cuando ya habían sido condenadas a muerte por el Tribunal Popular. Para ello se valía de su prestigio revolucionario, dando a entender a los carceleros que ellos se encargarían de aplicar la sentencia.

En muchas ocasiones facilitó carnets de la CNT, pasaportes o salvoconductos personales a personas perseguidas, y gestionó el traslado de algunas de ellas a embajadas, tales como la de Finlandia o Rumanía, para garantizar su seguridad.

El 10 de noviembre de 1.936, Melchor Rodríguez fue nombrado Delegado Especial de Prisiones de Madrid. Con su dignísimo comportamiento trató de evitar las “sacas” de presos de las cárceles de Madrid (traslados de grupos de reclusos de derechas que eran posteriormente fusilados en Paracuellos del Jarama y otros lugares cercanos a la capital), aunque ante distintas presiones para que éstas prosiguiesen dimitió a los cuatro días.

Retomó su puesto el 4 de diciembre de 1.936 tras las enérgicas protestas del Cuerpo Diplomático y del Presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez. Esta vez lo hizo con plenos poderes como Delegado General de Prisiones, otorgados por el Ministro de Justicia, el anarquista García Oliver. Solo entonces consiguió Melchor Rodríguez detener las matanzas de Paracuellos y la situación de terror de las cárceles, enfrentándose con valentía a algunos dirigentes comunistas que pretendías seguir con ello, como la Junta de Defensa de Madrid, controlada por José Cazorla y Santiago Carrillo, y con riesgo de su vida en varias ocasiones según testimonios de numerosos testigos presenciales.

Una de las actuaciones más destacadas de Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que el ejército sublevado bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares (8 de diciembre de 1.936). Una concentración de protesta, en la que participaron milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá de Henares, entrando los cabecillas hasta el despacho del director, donde le exigieron la apertura de celdas para linchar a varios presos.

Melchor Rodríguez acudió inmediatamente a la prisión y se enfrentó, pistola en mano, a la turba durante más de siete horas con riesgo de su propia vida, dando incluso la orden de proporcionar armas a los reclusos (había 1.532) en caso de que los manifestantes persistiesen en su empeño.

En esta y otras intervenciones similares consiguió impedir personalmente vejaciones o ejecuciones arbitrarias de reclusos, que había sido práctica común hasta su llegada al cargo. Así salvó la vida de muchas personas, algunas de las cuales dieron después testimonio del humanitarismo de Melchor, como por ejemplo los militares Agustín Muñoz Grandes y Valentín Gallarza; Ramón Serrano Suñer; Blas Piñar; el doctor Mariano Gómez Ulla; los hermanos Rafael, Cayetano, Ramón y Daniel Luca de Tena; el futbolista Ricardo Zamora y los falangistas Rafael Sánchez Mazas, Martín Artajo, y Raimundo Fernández – Cuesta, entre otros.

Todas estas acciones, dignas del espíritu anarquista de los ideales que preconizaba, le valieron ser conocido por los partidarios de la derecha como “El Ángel Rojo”. A él se le atribuye la famosa frase: “Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”.

En 1.938 se encargó de la gestión de los cementerios madrileños, y el 13 de abril de 1.938 llegó a jugarse la vida cuando consiguió que en el entierro de su amigo Serafín Álvarez Quintero se exhibiera un crucifijo cumpliendo su última voluntad.

El coronel Segismundo Casado lo nombró alcalde de Madrid en los últimos días de la guerra, siendo Melchor Rodríguez el encargado de traspasar los poderes a los “nacionales” cuando se rindió Madrid el 28 de marzo de 1.939.

Finalizada la guerra se le sometió a la misma represión que cayó sobre los derrotados. Al poco tiempo fue detenido y juzgado en dos ocasiones en consejo de guerra. Absuelto en el primero de ellos y recurrido éste por el fiscal, fue condenado, en un juicio amañado, con testigos falsos, a 20 años y un día, de los que solamente cumplió cinco en la prisión de El Puerto de Santa María (Cádiz).

Cabe señalar en la celebración de este segundo consejo de guerra la gallardía del general Muñoz Grandes, al que Melchor, como otros militares presos, había salvado en la guerra. Agustín Muñoz Grandes salió en su defensa y presentó miles de firmas de personas que el anarquista había salvado.

Cuando salió en libertad provisional, en 1.944, Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de adherirse al régimen instaurado por los vencedores y ocupar un puesto en la nueva organización sindical o bien vivir de un trabajo cómodo ofrecido por algunas de las personas a las que salvó, opciones que siempre rechazó.

Siguió siendo libertario y militando clandestinamente en la CNT, actividad que le costó ingresar en la cárcel en varias ocasiones más. Vivía muy austeramente de algunas carteras de seguros. Escribió letras de pasodobles y cuplés con el maestro Padilla y otros autores, y de vez en cuando publicaba artículos y poemas en el diario “Ya” de su amigo Martín Artajo.

A su fallecimiento en 1.972 acudieron al sepelio muchas personas de ideologías enfrentadas; anarquistas y falangistas entre otros. Se cantó el himno anarquista “A las barricadas”, transcurriendo la ceremonia, pese al hecho y a la época, sin ningún incidente.

Aunque nunca es tarde, con muchos años de atraso, en el año 2.009 se colocó una lápida que lo recuerda en la fachada de la casa que lo vio nacer en la calle San Jorge de Triana.

Juan Luis Contreras

jueves, 3 de diciembre de 2015

Los leones del Congreso


 

He aquí la historia de Daóiz y Velarde, los leones del Congreso fundidos en la Fábrica de Artillería de Sevilla

Con la llegada al poder del partido progresista, en 1843, se proyecta la construcción de un edificio nuevo como sede de las Cortes, ubicado sobre el solar que ocupaba el Convento del Espíritu Santo, primera sede de las Cortes. Para ello se escogió el proyecto neoclasicista del arquitecto valenciano Narciso Pascual Colomer. Las obras se iniciaron el 10 de octubre de 1843 y fue inaugurado 7 años después por la reina Isabel II, el 31 de octubre de 1850.

El proyecto dispuso un pórtico protegiendo las grandes puertas de bronce y una monumental escalinata de entrada, flanqueada a los lados por dos podios. Sobre ellos se colocaron inicialmente dos farolas artísticas, que tuvieron una escasa existencia y pronto fueron retiradas de esta ubicación. Para sustituirlas se optó por la ejecución de una obra escultórica que conjugara la calidad artística con una fuerte carga simbólica en consonancia con el significado del edificio. Para ello se encargaron al escultor aragonés Ponciano Ponzano (1813-1877) –quien ya había esculpido el frontón de la fachada- dos estatuas que representaran a dos leones, uno para cada pedestal. El león era el animal que tradicionalmente había representado a la nación española.

En sus bocetos, Ponzano ideó la figura de dos poderosos leones sedentes con una de sus patas apoyadas sobre un orbe. La mala situación económica no permitía su ejecución en materiales nobles, por lo que el artista tuvo que utilizar yeso pintado imitando al bronce. La poca calidad de este material provocó que al año de estar a la intemperie los leones presentaran gran deterioro, decidiéndosesu sustitución por otros de un material más idóneo. Tras desecharse los labrados en piedra por el escultor José Bellver, a causa de su pequeño tamaño, se adoptó finalmente la decisión del vaciado en bronce de los originales de Ponzano.

La participación de la fundición sevillana comenzó en marzo de 1864, cuando se recibió una comunicación del Director General de Artillería anunciandola idea de fundir los leones con el bronce de los cañones capturados por el General Leopoldo O´donnell a las tropas rifeñas-marroquíes en la batalla de Wad-Ras, en la Guerra de Marruecos de 1859-1860. Con ello se salvaba el problema económico que suponíael alto coste de este metal. Este origen quedó inmortalizado en las propias esculturas, pues en su base quedó grabada la inscripción “FUNDIDOS CON CAÑONES TOMADOS AL ENEMIGO EN LA GUERRA DE ÁFRICA”.

En noviembre de 1864 llegaron a Sevilla desde Madrid los moldes de yeso de las dos esculturas, embalados en 10 cajones. El embalaje no cumplió satisfactoriamente su función protectora, ya que uno de los leones llegó a Sevilla “destrozado”. El coste del transporte fue de 8.250 reales, y el peso de los moldes era de 1.012 y 6.294 kilogramos, respectivamente.

El 17 de diciembre de 1864 se trasladó a Sevilla el personal de la Fábrica de Trubia que, junto con los operarios de la de Sevilla, iban a fundir los leones. La dirección de la obra estuvo en manos de Prudencio Suárez, de la Fábrica de Trubia, y de Manuel Pantión, de la Fábrica de Sevilla.

Por fin, con todos los trabajos preparatorios terminados, se fundió el primer león el 24 de mayo de 1865, mientras que su hermano fue fundido el 22 de julio de ese mismo año. El molde del primer león constaba de 2276 piezas, repartidas a razón de: 26 piezas los ojos, 34 las orejas, 91 la boca y 2121 el resto del cuerpo. Sabemos que la composición del bronce utilizado era de un 88% de cobre, 10% de estaño, 1,5% de plomo y 0,5% de cinc. El peso de los leones presentaba diferencias: uno pesaba 2668,537 kilogramos, mientras que el otro pesó 2219,445 kilogramos. Sus dimensiones eran muy similares, contando con una altura de 2,10 metros, una longitud máxima de 2,20 metros y una anchura en el pecho de 0,8 metros.

Fundidos los leones, y conforme al diseño original, se trajo al maestro francés Jacinto Bergaret para el cincelado de las esculturas, quien llegó a Sevilla en enero de 1866. Empleó en estos trabajos 75 meses, con un sueldo mensual de 375 pesetas. Una vez concluidos, los leones abandonaron Sevilla por vía férrea camino de Madrid el 26 de marzo de 1872, haciendo el trayecto inverso al recorrido por sus antecesores de yeso. Éstos, que sirvieron de modelo, permanecieron en el vestíbulo de entrada de la Fábrica de Artillería de Sevilla hasta el año 2009, en que fueron trasladados a su ubicación actual en la Capitanía Militar de Sevilla, sita en la Plaza de España.

Finalmente, los leones se instalarían en su ubicación actual el 26 de mayo de 1872, guardando la puerta principal de la representación de la soberanía nacional del pueblo español.