“Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”
Sindicalista, anarquista, Delegado
General de Prisiones, concejal y brevemente Alcalde de Madrid, durante la
Guerra Civil de España. Conocido como Manuel Amador, el Decano y el Ángel Rojo.
(Sevilla, 1.893 – Madrid, 1.972).
Nacido en la calle San Jorge del barrio
de Triana, era hijo de un maquinista del puerto y de una cigarrera. Cuando
tenía 13 años su padre falleció en un accidente en los muelles del río
Guadalquivir. Su madre tuvo que ocuparse de sacar adelante a Melchor y a sus
dos hermanos.
Melchor estudió la educación primaria en
el Hospicio Provincial de Sevilla, donde también ejerció de monaguillo.
Al quedarse huérfano de padre, acuciada
su familia por una pobreza extrema, se vio obligado a abandonar la escuela y
comenzó a trabajar como calderero en un taller de Sevilla.
En su adolescencia trató de abrirse
camino en el mundo del toreo y abandonó su casa para recorrer diversas ferias y
capeas. Melchor toreó con éxito en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) en septiembre
del año 1.913, y posteriormente en plazas cada vez más importantes hasta
conseguir llegar a la de Madrid. No tuvo suerte, pues allí mismo sufrió una
grave cornada en agosto de 1.918, retirándose en 1.920 tras algunas corridas en
Salamanca, El Viso del Alcor y Sevilla.
Finalizada su aventura taurina se
trasladó a Madrid, donde comenzó a trabajar como chapista hacia 1.921. Pronto
se sintió atraído por los movimientos de la lucha obrera de la capital, y se
afilió a la Agrupación Anarquista de la Región Centro inmediatamente después de
su fundación (tenía el carnet nº 3). Poco después pasó a militar en las filas
de la CNT.
Partidario del anarquismo pacifista, en
este sindicato comenzó su lucha en favor de los derechos de los reclusos,
incluso de aquellos de ideología contraria a la suya, lo que le costó la
prisión en muchas ocasiones durante la Monarquía y la República, tanto que era
conocido por los carceleros como “El Decano”.
Al estallar la Guerra Civil Española, los
sindicatos y organizaciones anarquistas cooperaron con el Gobierno. A finales
de julio de 1.936 Melchor se incautó, junto a tres colaboradores de confianza,
del Palacio de Viana en Madrid. Este palacio sirvió, durante casi toda la
guerra, como refugio a muchas personas perseguidas como sospechosas de ser
contrarias al Gobierno, algunas de las cuales fueron rescatadas en los últimos
momentos de la cárcel por Melchor, cuando ya habían sido condenadas a muerte
por el Tribunal Popular. Para ello se valía de su prestigio revolucionario,
dando a entender a los carceleros que ellos se encargarían de aplicar la
sentencia.
En muchas ocasiones facilitó carnets de
la CNT, pasaportes o salvoconductos personales a personas perseguidas, y
gestionó el traslado de algunas de ellas a embajadas, tales como la de
Finlandia o Rumanía, para garantizar su seguridad.
El 10 de noviembre de 1.936, Melchor
Rodríguez fue nombrado Delegado Especial de Prisiones de Madrid. Con su
dignísimo comportamiento trató de evitar las “sacas” de presos de las cárceles
de Madrid (traslados de grupos de reclusos de derechas que eran posteriormente
fusilados en Paracuellos del Jarama y otros lugares cercanos a la capital),
aunque ante distintas presiones para que éstas prosiguiesen dimitió a los
cuatro días.
Retomó su puesto el 4 de diciembre de
1.936 tras las enérgicas protestas del Cuerpo Diplomático y del Presidente del
Tribunal Supremo, Mariano Gómez. Esta vez lo hizo con plenos poderes como
Delegado General de Prisiones, otorgados por el Ministro de Justicia, el
anarquista García Oliver. Solo entonces consiguió Melchor Rodríguez detener las
matanzas de Paracuellos y la situación de terror de las cárceles, enfrentándose
con valentía a algunos dirigentes comunistas que pretendías seguir con ello,
como la Junta de Defensa de Madrid, controlada por José Cazorla y Santiago
Carrillo, y con riesgo de su vida en varias ocasiones según testimonios de
numerosos testigos presenciales.
Una de las actuaciones más destacadas de
Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que el
ejército sublevado bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares (8 de
diciembre de 1.936). Una concentración de protesta, en la que participaron
milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá de Henares, entrando los
cabecillas hasta el despacho del director, donde le exigieron la apertura de
celdas para linchar a varios presos.
Melchor Rodríguez acudió inmediatamente a
la prisión y se enfrentó, pistola en mano, a la turba durante más de siete
horas con riesgo de su propia vida, dando incluso la orden de proporcionar
armas a los reclusos (había 1.532) en caso de que los manifestantes
persistiesen en su empeño.
En esta y otras intervenciones similares
consiguió impedir personalmente vejaciones o ejecuciones arbitrarias de
reclusos, que había sido práctica común hasta su llegada al cargo. Así salvó la
vida de muchas personas, algunas de las cuales dieron después testimonio del
humanitarismo de Melchor, como por ejemplo los militares Agustín Muñoz Grandes
y Valentín Gallarza; Ramón Serrano Suñer; Blas Piñar; el doctor Mariano Gómez
Ulla; los hermanos Rafael, Cayetano, Ramón y Daniel Luca de Tena; el futbolista
Ricardo Zamora y los falangistas Rafael Sánchez Mazas, Martín Artajo, y
Raimundo Fernández – Cuesta, entre otros.
Todas estas acciones, dignas del espíritu
anarquista de los ideales que preconizaba, le valieron ser conocido por los
partidarios de la derecha como “El Ángel Rojo”. A él se le atribuye la famosa
frase: “Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”.
En 1.938 se encargó de la gestión de los
cementerios madrileños, y el 13 de abril de 1.938 llegó a jugarse la vida
cuando consiguió que en el entierro de su amigo Serafín Álvarez Quintero se
exhibiera un crucifijo cumpliendo su última voluntad.
El coronel Segismundo Casado lo nombró
alcalde de Madrid en los últimos días de la guerra, siendo Melchor Rodríguez el
encargado de traspasar los poderes a los “nacionales” cuando se rindió Madrid
el 28 de marzo de 1.939.
Finalizada la guerra se le sometió a la
misma represión que cayó sobre los derrotados. Al poco tiempo fue detenido y
juzgado en dos ocasiones en consejo de guerra. Absuelto en el primero de ellos
y recurrido éste por el fiscal, fue condenado, en un juicio amañado, con
testigos falsos, a 20 años y un día, de los que solamente cumplió cinco en la
prisión de El Puerto de Santa María (Cádiz).
Cabe señalar en la celebración de este
segundo consejo de guerra la gallardía del general Muñoz Grandes, al que
Melchor, como otros militares presos, había salvado en la guerra. Agustín Muñoz
Grandes salió en su defensa y presentó miles de firmas de personas que el
anarquista había salvado.
Cuando salió en libertad provisional, en
1.944, Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de adherirse al régimen instaurado
por los vencedores y ocupar un puesto en la nueva organización sindical o bien
vivir de un trabajo cómodo ofrecido por algunas de las personas a las que
salvó, opciones que siempre rechazó.
Siguió siendo libertario y militando
clandestinamente en la CNT, actividad que le costó ingresar en la cárcel en
varias ocasiones más. Vivía muy austeramente de algunas carteras de seguros.
Escribió letras de pasodobles y cuplés con el maestro Padilla y otros autores,
y de vez en cuando publicaba artículos y poemas en el diario “Ya” de su amigo
Martín Artajo.
A su fallecimiento en 1.972 acudieron al
sepelio muchas personas de ideologías enfrentadas; anarquistas y falangistas
entre otros. Se cantó el himno anarquista “A las barricadas”, transcurriendo la
ceremonia, pese al hecho y a la época, sin ningún incidente.
Aunque nunca es tarde, con muchos años de
atraso, en el año 2.009 se colocó una lápida que lo recuerda en la fachada de
la casa que lo vio nacer en la calle San Jorge de Triana.
Juan Luis Contreras
No hay comentarios :
Publicar un comentario