domingo, 20 de diciembre de 2015

Melchor Rodríguez Garcia ( El ángel rojo)


“Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”

Sindicalista, anarquista, Delegado General de Prisiones, concejal y brevemente Alcalde de Madrid, durante la Guerra Civil de España. Conocido como Manuel Amador, el Decano y el Ángel Rojo. (Sevilla, 1.893 – Madrid, 1.972).

Nacido en la calle San Jorge del barrio de Triana, era hijo de un maquinista del puerto y de una cigarrera. Cuando tenía 13 años su padre falleció en un accidente en los muelles del río Guadalquivir. Su madre tuvo que ocuparse de sacar adelante a Melchor y a sus dos hermanos.

Melchor estudió la educación primaria en el Hospicio Provincial de Sevilla, donde también ejerció de monaguillo.

Al quedarse huérfano de padre, acuciada su familia por una pobreza extrema, se vio obligado a abandonar la escuela y comenzó a trabajar como calderero en un taller de Sevilla.

En su adolescencia trató de abrirse camino en el mundo del toreo y abandonó su casa para recorrer diversas ferias y capeas. Melchor toreó con éxito en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) en septiembre del año 1.913, y posteriormente en plazas cada vez más importantes hasta conseguir llegar a la de Madrid. No tuvo suerte, pues allí mismo sufrió una grave cornada en agosto de 1.918, retirándose en 1.920 tras algunas corridas en Salamanca, El Viso del Alcor y Sevilla.

Finalizada su aventura taurina se trasladó a Madrid, donde comenzó a trabajar como chapista hacia 1.921. Pronto se sintió atraído por los movimientos de la lucha obrera de la capital, y se afilió a la Agrupación Anarquista de la Región Centro inmediatamente después de su fundación (tenía el carnet nº 3). Poco después pasó a militar en las filas de la CNT.

Partidario del anarquismo pacifista, en este sindicato comenzó su lucha en favor de los derechos de los reclusos, incluso de aquellos de ideología contraria a la suya, lo que le costó la prisión en muchas ocasiones durante la Monarquía y la República, tanto que era conocido por los carceleros como “El Decano”.

Al estallar la Guerra Civil Española, los sindicatos y organizaciones anarquistas cooperaron con el Gobierno. A finales de julio de 1.936 Melchor se incautó, junto a tres colaboradores de confianza, del Palacio de Viana en Madrid. Este palacio sirvió, durante casi toda la guerra, como refugio a muchas personas perseguidas como sospechosas de ser contrarias al Gobierno, algunas de las cuales fueron rescatadas en los últimos momentos de la cárcel por Melchor, cuando ya habían sido condenadas a muerte por el Tribunal Popular. Para ello se valía de su prestigio revolucionario, dando a entender a los carceleros que ellos se encargarían de aplicar la sentencia.

En muchas ocasiones facilitó carnets de la CNT, pasaportes o salvoconductos personales a personas perseguidas, y gestionó el traslado de algunas de ellas a embajadas, tales como la de Finlandia o Rumanía, para garantizar su seguridad.

El 10 de noviembre de 1.936, Melchor Rodríguez fue nombrado Delegado Especial de Prisiones de Madrid. Con su dignísimo comportamiento trató de evitar las “sacas” de presos de las cárceles de Madrid (traslados de grupos de reclusos de derechas que eran posteriormente fusilados en Paracuellos del Jarama y otros lugares cercanos a la capital), aunque ante distintas presiones para que éstas prosiguiesen dimitió a los cuatro días.

Retomó su puesto el 4 de diciembre de 1.936 tras las enérgicas protestas del Cuerpo Diplomático y del Presidente del Tribunal Supremo, Mariano Gómez. Esta vez lo hizo con plenos poderes como Delegado General de Prisiones, otorgados por el Ministro de Justicia, el anarquista García Oliver. Solo entonces consiguió Melchor Rodríguez detener las matanzas de Paracuellos y la situación de terror de las cárceles, enfrentándose con valentía a algunos dirigentes comunistas que pretendías seguir con ello, como la Junta de Defensa de Madrid, controlada por José Cazorla y Santiago Carrillo, y con riesgo de su vida en varias ocasiones según testimonios de numerosos testigos presenciales.

Una de las actuaciones más destacadas de Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que el ejército sublevado bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares (8 de diciembre de 1.936). Una concentración de protesta, en la que participaron milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá de Henares, entrando los cabecillas hasta el despacho del director, donde le exigieron la apertura de celdas para linchar a varios presos.

Melchor Rodríguez acudió inmediatamente a la prisión y se enfrentó, pistola en mano, a la turba durante más de siete horas con riesgo de su propia vida, dando incluso la orden de proporcionar armas a los reclusos (había 1.532) en caso de que los manifestantes persistiesen en su empeño.

En esta y otras intervenciones similares consiguió impedir personalmente vejaciones o ejecuciones arbitrarias de reclusos, que había sido práctica común hasta su llegada al cargo. Así salvó la vida de muchas personas, algunas de las cuales dieron después testimonio del humanitarismo de Melchor, como por ejemplo los militares Agustín Muñoz Grandes y Valentín Gallarza; Ramón Serrano Suñer; Blas Piñar; el doctor Mariano Gómez Ulla; los hermanos Rafael, Cayetano, Ramón y Daniel Luca de Tena; el futbolista Ricardo Zamora y los falangistas Rafael Sánchez Mazas, Martín Artajo, y Raimundo Fernández – Cuesta, entre otros.

Todas estas acciones, dignas del espíritu anarquista de los ideales que preconizaba, le valieron ser conocido por los partidarios de la derecha como “El Ángel Rojo”. A él se le atribuye la famosa frase: “Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”.

En 1.938 se encargó de la gestión de los cementerios madrileños, y el 13 de abril de 1.938 llegó a jugarse la vida cuando consiguió que en el entierro de su amigo Serafín Álvarez Quintero se exhibiera un crucifijo cumpliendo su última voluntad.

El coronel Segismundo Casado lo nombró alcalde de Madrid en los últimos días de la guerra, siendo Melchor Rodríguez el encargado de traspasar los poderes a los “nacionales” cuando se rindió Madrid el 28 de marzo de 1.939.

Finalizada la guerra se le sometió a la misma represión que cayó sobre los derrotados. Al poco tiempo fue detenido y juzgado en dos ocasiones en consejo de guerra. Absuelto en el primero de ellos y recurrido éste por el fiscal, fue condenado, en un juicio amañado, con testigos falsos, a 20 años y un día, de los que solamente cumplió cinco en la prisión de El Puerto de Santa María (Cádiz).

Cabe señalar en la celebración de este segundo consejo de guerra la gallardía del general Muñoz Grandes, al que Melchor, como otros militares presos, había salvado en la guerra. Agustín Muñoz Grandes salió en su defensa y presentó miles de firmas de personas que el anarquista había salvado.

Cuando salió en libertad provisional, en 1.944, Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de adherirse al régimen instaurado por los vencedores y ocupar un puesto en la nueva organización sindical o bien vivir de un trabajo cómodo ofrecido por algunas de las personas a las que salvó, opciones que siempre rechazó.

Siguió siendo libertario y militando clandestinamente en la CNT, actividad que le costó ingresar en la cárcel en varias ocasiones más. Vivía muy austeramente de algunas carteras de seguros. Escribió letras de pasodobles y cuplés con el maestro Padilla y otros autores, y de vez en cuando publicaba artículos y poemas en el diario “Ya” de su amigo Martín Artajo.

A su fallecimiento en 1.972 acudieron al sepelio muchas personas de ideologías enfrentadas; anarquistas y falangistas entre otros. Se cantó el himno anarquista “A las barricadas”, transcurriendo la ceremonia, pese al hecho y a la época, sin ningún incidente.

Aunque nunca es tarde, con muchos años de atraso, en el año 2.009 se colocó una lápida que lo recuerda en la fachada de la casa que lo vio nacer en la calle San Jorge de Triana.

Juan Luis Contreras

jueves, 3 de diciembre de 2015

Los leones del Congreso


 

He aquí la historia de Daóiz y Velarde, los leones del Congreso fundidos en la Fábrica de Artillería de Sevilla

Con la llegada al poder del partido progresista, en 1843, se proyecta la construcción de un edificio nuevo como sede de las Cortes, ubicado sobre el solar que ocupaba el Convento del Espíritu Santo, primera sede de las Cortes. Para ello se escogió el proyecto neoclasicista del arquitecto valenciano Narciso Pascual Colomer. Las obras se iniciaron el 10 de octubre de 1843 y fue inaugurado 7 años después por la reina Isabel II, el 31 de octubre de 1850.

El proyecto dispuso un pórtico protegiendo las grandes puertas de bronce y una monumental escalinata de entrada, flanqueada a los lados por dos podios. Sobre ellos se colocaron inicialmente dos farolas artísticas, que tuvieron una escasa existencia y pronto fueron retiradas de esta ubicación. Para sustituirlas se optó por la ejecución de una obra escultórica que conjugara la calidad artística con una fuerte carga simbólica en consonancia con el significado del edificio. Para ello se encargaron al escultor aragonés Ponciano Ponzano (1813-1877) –quien ya había esculpido el frontón de la fachada- dos estatuas que representaran a dos leones, uno para cada pedestal. El león era el animal que tradicionalmente había representado a la nación española.

En sus bocetos, Ponzano ideó la figura de dos poderosos leones sedentes con una de sus patas apoyadas sobre un orbe. La mala situación económica no permitía su ejecución en materiales nobles, por lo que el artista tuvo que utilizar yeso pintado imitando al bronce. La poca calidad de este material provocó que al año de estar a la intemperie los leones presentaran gran deterioro, decidiéndosesu sustitución por otros de un material más idóneo. Tras desecharse los labrados en piedra por el escultor José Bellver, a causa de su pequeño tamaño, se adoptó finalmente la decisión del vaciado en bronce de los originales de Ponzano.

La participación de la fundición sevillana comenzó en marzo de 1864, cuando se recibió una comunicación del Director General de Artillería anunciandola idea de fundir los leones con el bronce de los cañones capturados por el General Leopoldo O´donnell a las tropas rifeñas-marroquíes en la batalla de Wad-Ras, en la Guerra de Marruecos de 1859-1860. Con ello se salvaba el problema económico que suponíael alto coste de este metal. Este origen quedó inmortalizado en las propias esculturas, pues en su base quedó grabada la inscripción “FUNDIDOS CON CAÑONES TOMADOS AL ENEMIGO EN LA GUERRA DE ÁFRICA”.

En noviembre de 1864 llegaron a Sevilla desde Madrid los moldes de yeso de las dos esculturas, embalados en 10 cajones. El embalaje no cumplió satisfactoriamente su función protectora, ya que uno de los leones llegó a Sevilla “destrozado”. El coste del transporte fue de 8.250 reales, y el peso de los moldes era de 1.012 y 6.294 kilogramos, respectivamente.

El 17 de diciembre de 1864 se trasladó a Sevilla el personal de la Fábrica de Trubia que, junto con los operarios de la de Sevilla, iban a fundir los leones. La dirección de la obra estuvo en manos de Prudencio Suárez, de la Fábrica de Trubia, y de Manuel Pantión, de la Fábrica de Sevilla.

Por fin, con todos los trabajos preparatorios terminados, se fundió el primer león el 24 de mayo de 1865, mientras que su hermano fue fundido el 22 de julio de ese mismo año. El molde del primer león constaba de 2276 piezas, repartidas a razón de: 26 piezas los ojos, 34 las orejas, 91 la boca y 2121 el resto del cuerpo. Sabemos que la composición del bronce utilizado era de un 88% de cobre, 10% de estaño, 1,5% de plomo y 0,5% de cinc. El peso de los leones presentaba diferencias: uno pesaba 2668,537 kilogramos, mientras que el otro pesó 2219,445 kilogramos. Sus dimensiones eran muy similares, contando con una altura de 2,10 metros, una longitud máxima de 2,20 metros y una anchura en el pecho de 0,8 metros.

Fundidos los leones, y conforme al diseño original, se trajo al maestro francés Jacinto Bergaret para el cincelado de las esculturas, quien llegó a Sevilla en enero de 1866. Empleó en estos trabajos 75 meses, con un sueldo mensual de 375 pesetas. Una vez concluidos, los leones abandonaron Sevilla por vía férrea camino de Madrid el 26 de marzo de 1872, haciendo el trayecto inverso al recorrido por sus antecesores de yeso. Éstos, que sirvieron de modelo, permanecieron en el vestíbulo de entrada de la Fábrica de Artillería de Sevilla hasta el año 2009, en que fueron trasladados a su ubicación actual en la Capitanía Militar de Sevilla, sita en la Plaza de España.

Finalmente, los leones se instalarían en su ubicación actual el 26 de mayo de 1872, guardando la puerta principal de la representación de la soberanía nacional del pueblo español.

lunes, 16 de noviembre de 2015

Sevilla y la “sanjurjada”


Estaba claro que con Sevilla, después del fracaso de la “sanjurjada”, no se podría contar para un nuevo proyecto de alzamiento militar, y así lo comprendió el general Mola al diseñar el plan de 1936.

El día 10 de agosto de 1932 se produjo en Madrid y Sevilla una sublevación en toda regla contra el poder constituido. La preparación del golpe venía de lejos, desde finales de 1931, cuando hombres vinculados a Acción Española se comprometieron a seguir al general José Sanjurjo en su propósito de “restaurar una situación que cerrara el paso a las autonomías del País Vasco y Cataluña”. Sevilla, con la aportación conjunta militar y civil, jugó un papel fundamental en la preparación del alzamiento militar conocido después despectivamente como la “sanjurjada”.

En efecto, la sublevación fue un fracaso total, no sólo por la oportuna reacción del Gobierno, los partidos políticos y las centrales sindicales, sino por las propias circunstancias en que se desarrolló su organización. Ricardo de la Cierva ha escrito que la “sanjurjada” fue el antigolpe, algo imposible de triunfar.

Mucho se ha escrito sobre la actuación de Sanjurjo, pero prácticamente nada sobre los efectos que el fracaso de la sublevación tuvo en Sevilla, donde la represión gubernamental posterior arruinó muchas carreras militares y varias familias civiles. 

Pero curiosamente, ningún historiador, ni siquiera de los afines a las izquierdas, que han sobrevalorado la actuación de los socialistas sevillanos en la operación de abortar el alzamiento, han reconocido que el fracaso inmediato del golpe fue obra de un personaje clave, el telegrafista que comunicó a un escéptico Diego Martínez Barrio lo que estaba sucediendo en Sevilla la mañana del 10 de agosto. Aquella llamada, realizada al margen del servicio, mediante el acceso directo a la línea que unía Sevilla con Madrid, alertó al Gobierno y permitió su inmediata actuación cerca de los jefes de Cuerpos de la guarnición. El telegrafista que hizo aquella llamada decisiva, republicano y afín al partido de Martínez Barrio, se llamaba Juan de Dios Creagh Arjona, de 30 años. Después del alzamiento militar de 1936, fue identificado y condenado a muerte en septiembre de 1937.

Durante la noche del 9 al 10 de agosto de 1932, en Villa Casa Blanca, un chalet de la entonces avenida de Mayo, antes Reina Victoria y vulgo paseo de la Palmera, se reunió el general José Sanjurjo Sacanell con los principales conjurados, militares y civiles sevillanos. María del Pilar Carvajal, marquesa viuda de Esquibel, dueña de la casa, escribió personalmente el texto de los telegramas que se cursarían a primera hora de la mañana a todas las provincias andaluzas, por vía telegráfica militar. El texto de los citados telegramas, decía así: “El general Sanjurjo ha asumido las funciones de los poderes públicos en Andalucía y le siguen todo el Ejército y demás fuerzas de la Región”.

Al mismo tiempo, el general Miguel García de la Herrán, a lápiz, redactó el borrador de la orden declarando el estado de guerra en Sevilla y Andalucía. El texto original de este documento histórico se conserva y reproduce en facsímil en este libro. Dice así: “D. José Sanjurjo y Sacanell, desde este momento Capitán General de Andalucía, ordeno y mando destituir todas las autoridades del actual Gobierno, declarando el estado de guerra en toda la región...”.

Del chalet Villa Casa Blanca saldrían Sanjurjo y sus más íntimos colaboradores para el centro de la ciudad y hacerse con el poder, tal y como estaba previsto... Pero el general se quedaría inmediatamente solo, nada más conocerse la rapidísima acción del Gobierno y de los partidos y sindicatos en Sevilla. Los jefes de la guarnición, en su mayoría afines en principio a Sanjurjo, fueron desbordados por los afectos al Gobierno. La alerta telegráfica dada por Creagh Arjona a Martínez Barrio, permitió al alcalde publicar un bando contra la sublevación, y a los concejales del grupo socialista organizar un Comité de Salud Pública, al mismo tiempo que la UGT declaraba la huelga general, sin contar con cenetistas y comunistas, pero arrastrando a la mayoría de sus afiliados.

Cuando por la noche del 10 de agosto, Sanjurjo conoce la realidad del fracaso, el centro de la ciudad ya estaba ocupado por las masas obreras. Horas después comenzarían las venganzas. El balance fue de un guardia civil muerto, en el intento de asalto a la cárcel del Pópulo; tres civiles heridos, varios intentos de asalto a casas particulares, entre ellas las de Domingo Tejera y el marqués de Luca de Tena; los incendios de los locales del Nuevo Casino, Círculo Mercantil y Círculo Labradores, de los chalets de Luca de Tena y Villa Casa Blanca... Este último quedó totalmente destruido y fue saqueado durante meses, sin que las autoridades hicieran nada por evitarlo. La plebe se lo llevó todo, hasta las macetas del jardín, y lo que no pudo llevarse, lo destruyó con increíble saña... También fueron dañados en mayor o menor importancia, las iglesias de San Ildefonso, San Juan de la Palma y San Martín, las dos últimas por las masas obreras del “Moscú sevillano”; los domicilios del conde de Bustillo, de José García Carranza “El Algabeño” y otros. Todos los edificios citados fueron ocupados por la multitud, sus bienes destruidos y arrojados a la calle, sin que las autoridades se inmutaran. Como durante los incidentes de mayo de 1931, el gobernador civil afirmó que, ordenar a los guardias de seguridad que evitaran la actuación de las masas obreras, hubiera sido una provocación social... 

Las algaradas, las manifestaciones, los tiroteos, las agresiones, los gritos revolucionarios, duraron todo el día 11 hasta bien entrada la noche. Ese día no hubo periódicos en Sevilla y tanto “La Unión” como “ABC”, fueron suspendidos durante ciento quince días, todo un récord.

Después vino la segunda represión, contra los militares y los civiles encartados en el golpe de Sanjurjo. Ya hemos dicho que se arruinaron muchas carreras castrenses, y la incautación de bienes familiares fue importante. Al mismo tiempo, la dureza de la represión gubernamental marcó la plaza militar sevillana, que fue descabezada de jefes y oficiales sospechosos de ser antirrepublicanos. Esta situación, junto al carácter revolucionario de “Sevilla la Roja”, fueron determinantes en el verano de 1936.

A los procesos sumarísimos de tres generales y un oficial, siguieron los de más de cien generales, jefes y oficiales, incluido el general jefe de la Segunda División Orgánica (Sevilla). A Villa Cisnero fueron deportados ciento cuarenta y cinco jefes y oficiales, más otro tanto de presos civiles. Hubo personas que pudieron huir antes de ser detenidos y se refugiaron en Gibraltar, Portugal y Francia, siendo condenados en rebeldía. Pero un numeroso grupo de militares quedó preso en Sevilla, en las galerías de la Plaza de España, durante más de un año, pendientes de juicios, algunos de los cuales no se celebraron hasta mediado 1935.

De entre las listas parciales de presos publicadas por los diarios sevillanos, recogemos una de “ABC”69 y otra correspondiente a la sentencia de fecha 4 de marzo de 1935, en las que se dan los nombres de los siguientes condenados: José Sánchez Laulhe, Eleuterio Sánchez Rubio, Cristóbal González Aguilar, Capitolino Enrile y López de Morla, Juan de Sangrán y González, Javier Parladé Ybarra, Vicente Medina Carvajal...

La “sanjurjada” tuvo efectos conflictivos en el mundo sindical sevillano, hasta el punto de que marcaría los comportamientos entre socialistas por una parte y cenetistas y comunistas por otra. Para los socialistas, la “sanjurjada” sirvió para defender y afirmar la República. Para los cenetistas, no sólo había que luchar para que condenaran a muerte al general rebelde, sino que también había que aprovechar la ocasión para combatir la República, y lo intentó haciendo un llamamiento a la rebelión, a la guerra social. Para el comunismo comenzó la renovación total, la “purga” del equipo de Bullejos, quien a su vez tenía ya los días contados, pero todavía no se consideraba oportuno derribar el régimen republicano, que habría de ser el puente que llevara a la sovietización de España. Además, la unidad de las izquierdas era una utopía, y Moscú sabía perfectamente que sin esa unidad, sin un frente común, era una temeridad derribar la República. Esa fue la filosofía que tres años después se impuso en el congreso de la Internacional Comunista en Moscú, en el que ya intervinieron con plenos poderes Pepe Díaz y Dolores Ibarruri “La Pasionaria”.

Después del verano de 1932, Sevilla entró en una nueva etapa conflictiva, aún más radicalizada que la iniciada en abril de 1931, con efectos devastadores para la convivencia. En “Sevilla la Roja”, ni la vida ni la hacienda fueron respetadas. La ciudad y la mayor parte de la provincia quedaron marcadas negativamente para el futuro. Al ya temible poderío de las masas obreras, agravado por los problemas socioeconómicos, se unió la desmoralización de la guarnición militar y los cambios que fue realizando el Gobierno para situar al frente de los Cuerpos a jefes de reconocida adhesión republicana. Los militares llegaron a ser provocados por los guardias de asalto y de seguridad en plena calle, cacheándoles y pidiéndoles la documentación.

Estaba claro que con Sevilla, después del fracaso de la “sanjurjada”, no se podría contar para un nuevo proyecto de alzamiento militar, y así lo comprendió el general Mola al diseñar el plan de 1936. Es importante insistir en que “Sevilla la Roja” no entró nunca en el plan de los conjurados del 18 de julio. De ahí el valor decisivo que luego tuvo la plaza de Sevilla en el éxito inicial de la sublevación. Todavía el 19 de julio por la noche, Mola estuvo a punto de huir a Francia creyendo que el alzamiento había fracasado... Y Franco no puso los pies en la Península hasta el 28 de julio, cuando vino a Sevilla a entrevistarse con Queipo de  Llano.

Nicolás Salas.  
La Guerra Civil en Sevilla

martes, 3 de noviembre de 2015

El Teatro Eslava



Fue diseñado con la clara intención de atraer al público más selecto y adinerado de la ciudad. De esta manera a su alrededor se podían ver estacionados los mejores carruajes privados de la ciudad.

En los terrenos donde ahora se levanta el Hotel Alfonso XIII, uno de los emblemas de la Exposición Iberoamericana de 1929, se inauguró en 1887 El Teatro Eslava construido por Antonio Capó. Ocupaba parte de los jardines del antiguo Palacio de San Telmo con un amplio y alto edificio. Era de verano y el patio de butacas era eso, un patio sin muros, ventilado y techado con lonas. El recinto pronto se convirtió en algo más que un teatro para pasar a ser un centro de ocio, que diríamos hoy en día.

Como tal teatro de verano estaba sometido a las inclemencias del tiempo. Así a veces cuando llovía el terreno del teatro se convertía en un lodazal. Para evitar estas situaciones se acondicionó el local con una nueva techumbre de planchas de zinc, de forma que aunque lloviese no se tuvieran que suspender las representaciones. En agosto de 1899 se realizaron las obras que lo transformaron en circo.

Cuenta Julio Martínez Velasco que fue el más distinguido por el público de las clases acomodadas de entre todo aquel Broadway estival que los sevillanos montaban, año tras año, en el espacio delimitado por la estación de San Bernardo, con el Teatro Portela, la Puerta Jerez, con el Eslava y el Prado de San Sebastián y Paseo de Catalina de Ribera, con numerosos teatros efímeros y, desde la llegada del cine, con los cines de verano aún mudos.

Por tanto fue el que ofrecía una programación más selecta, preferentemente de zarzuela y ópera. El teatro Eslava acogió, por ejemplo, «Aída», «Carmen» y «Otello», y fue el lugar donde el prestigioso Massini Pieralli comenzó su andadura artística. El espacio acogió otros actos festivos y culturales —una montaña rusa, un panorama de Tierra Santa o la exposición de industrias sevillanas—, con la clara intención de atraer al público más selecto y adinerado de la ciudad. De esta manera a su alrededor se podían ver estacionados los mejores carruajes privados de la ciudad, junto a los cocheros y lacayos que formaban amigables tertulias mientras los señores presenciaban las representaciones.  

Casi paralelamente, el «complejo del ocio» contó con una pantalla de cine, siendo una de las primeras experiencias de este tipo en la ciudad. Lógicamente no se trataba de largometrajes como entendemos en la actualidad, sino una edición de escenas breves en movimiento de máximo 30 minutos, de corte militar, toreo, de comitivas, de «gags» cómicos y tomas de la Exposición Universal de París de 1900.

Las funciones estaban compuestas por dos, tres o cuatro secciones, así por ejemplo en  unas funciones especiales con motivo de la Feria de San Miguel de 1902, se ofrecía música en directo además del cinematógrafo, aunque en otras ocasiones se optaba por audiciones fonográficas en los intermedios entre cuadros. Otras veces se incluyeron diferentes números de variedades vinculados al circo. El número de cintas por pase oscilaba entre cinco y veinticuatro.

El genero de variedades era el que imperaba en aquellos tiempos, así además del cinematógrafo, por el Teatro y los Jardines de Eslava pasaron diferentes tipos de espectáculos: circenses, a cargo (le la Gran Compañía Ecuestre Italiana de Luigi Borza y la Gran Compañía de Vicente Alegría: variedades, por parte de la Gran Compañía Internacional de Variedades, la empresa Internacional de Espectáculos Mr. Auban y la Gran Compañía Internacional ecuestre, gimnástica, cómica y musical de los hermanos Díaz; musicales, algunos de ellos fueron actuaciones en directo de una banda donde se interpretaban pasodobles, minuets y diversas piezas de baile.

La empresa de este coliseo conquistó a un público selecto que en buen número llenaba todas las noches el ameno teatro, pero a la muerte de su último propietario, Gregorio Fernández, y tras intentos fallidos de compra, este conjunto de ocio fue derribado en 1916 para hacer hueco a su siguiente «huésped», nunca mejor dicho, el Hotel Alfonso XIII. Como dice Fran Piñero en Sevilla Ciudad

jueves, 15 de octubre de 2015

La Fábrica de Artillería


En esta importante fábrica, además de armamento, se fundieron las campanas de la Giralda, el giraldillo, los leones del Congreso de los Diputados…

Ya tenemos otro proyecto magno en nuestra ciudad, para convertir un edificio de corte histórico en un gran centro cultural. Ha comenzado la restauración de la nave principal, la Fundición Mayor, tan imponente que la llaman la Catedral, así como de la Fundición Chica o Menor y del edificio de los Talleres de Herramientas, de la antigua Fábrica de Artillería.

El proyecto aprobado por la anterior corporación municipal, ha sido bien acogido por el nuevo alcalde que ha encargado al Instituto municipal de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS) un plan director de usos para la antigua Fábrica de Artillería y anunció una «convocatoria pública» para que cualquier entidad, empresa o particular presente sus proyectos de lo que haría aquí.

El alcalde ha insistido en que la restauración de la fábrica y su habitación gradual son compatibles y puso como ejemplo las naves del antiguo matadero de Madrid, reconvertidas en popular centro cultural multiusos. Además Espadas añadió que el proyecto de la Fabrica de Artillería será «el buque insignia de este mandato», dijo sobre la transformación del recinto, que califica como «la joya de la corona» de los edificios industriales antiguos de propiedad municipal pendientes de resurrección.

La Real Fábrica de Artillería se crea en 1565 como lugar para la fabricación sistemática de armamento. Aunque conocemos la fecha oficial de su fundación, ya existía en 1525 un pequeño taller de cañones en manos de Juan Morel. Éste compra tres solares para el establecimiento de la nueva fábrica y en 1568 Felipe II ordena que se le proporcionen los materiales necesarios para realizar las armas, además de otros útiles de fundición. Finalmente la fábrica fue adquirida por el estado en 1634. Las obras de remodelación y ampliación del conjunto se fechan entre 1757 y 1759, aunque sufre una segunda en 1782, bajo las órdenes del arquitecto Vicente de San Martín, quien le aporta el carácter barroco y monumental que posee actualmente. En esta Real Fábrica se construyeron muchas de las armas y cañones utilizados por la Corona en los conflictos bélicos.

El edificio, debido a las continuas ampliaciones a las que fue sometido, se extiende por el terreno de manera desigual. Al exterior destaca en la fachada principal una portada de ladrillo visto con dos cuerpos; el cuerpo inferior, con un arco de medio punto como hueco de acceso, flanqueado por pilastras toscanas. Encima se dispone un entablamento de cornisa recta donde se dispone un segundo cuerpo de ladrillo, a modo de espadaña, con frontón recto partido y dos grandes pináculos a los lados.

Tras pasar a manos públicas e integrarse en el Instituto Nacional de Industria, la fábrica cesa su actividad en 1991. El conjunto fue catalogado en 2001 como Bien de Interés Cultural y actualmente se utiliza como almacén municipal.

En esta importante fábrica, además de armamento, se fundieron las campanas de la Giralda, el giraldillo, los leones del Congreso de los Diputados…

Muchos son los proyectos que se han barajado para este gigantesco edificio en los últimos años sin que ninguno se haya materializado. Se propuso que fuese la sede de los archivos de la ciudad (el de Andalucía y el provincial), se ha propuesto como edificio universitario e incluso han surgido ideas para trasladar aquí el Museo de Bellas Artes. Ojalá tome forma algunas de estas ideas y se pueda ver materializada, pero mucho nos tememos que todo quede en unas nuevas Atarazanas. El tiempo nos lo dirá.

viernes, 2 de octubre de 2015

La Alameda de Hércules


Desde el siglo XVI… cosmopolita y diversa. Esta es la historia de la Alameda de Hércules, lugar de asueto para los sevillanos durante siglos.

La historia de la Alameda comenzó, según una leyenda no documentada, cuando al ser designado Leovigildo en 584, el designado para reinar, al año siguiente 585, su hijo Hermenegildo se convirtió al catolicismo -frente al arrianismo de reyes anteriores- y se autoproclamó rey en la ciudad, sublevándose contra su padre. Leovigildo hizo cambiar el curso del Guadalquivir, cortando el paso de agua al brazo menor del río que circulaba por la actual Alameda de Hércules a fuerza de obstaculizar su paso para provocar la sequía a los habitantes de la ciudad, quedando en su lugar una laguna de agua estancada junto a las primitivas murallas de origen romano, esta laguna, quedaría intramuros, al ampliarse la muralla en época almorávide (s. XI)

Hasta el siglo XVI era una zona pantanosa cubierta de polvo en verano e inundada en invierno. Antiguamente, el río Guadalquivir se ramificaba en dos brazos, el primero conocido como la Laguna de Feria y el segundo denominado Compás de la Mancebía, cubierto de aguas estancadas y muy pestilentes. Pues bien para intentar paliar esta situación, en 1574, el asistente de Sevilla, Francisco Zapata y Cisneros, conde de Barajas, decide convertir el insalubre lodazal en un elegante paseo ajardinado escoltado por numerosos árboles. Para ello se drenó la zona mediante zanjas, se desecó y se colmató con tierra para realizar las plantaciones. Se sembraron álamos blancos, álamos negros, cipreses, naranjos y paraísos para formar un gran paseo con más de 1.7000 árboles.

A lo largo del paseo arbolado se instalaron bancos y tres fuentes con esculturas mitológicas (hoy desaparecidas), una de las cuales –realizada por Diego de Pesquera– estaba presidida por el dios Baco y otra –obra de Bautista Vázquez– por Neptuno y las Ninfas, probablemente fundidas en bronce por Bartolomé Morel. De la tercera, nada se sabe.

La instalación de las fuentes formó parte de una obra hidráulica de mayor envergadura: la construcción de una cañería y sus correspondientes arcas desde la Fuente del Arzobispo –cuyos manantiales se encontraban en una finca de Miraflores propiedad del Arzobispado– hasta alcanzar la Alameda. El agua que proporcionaban las fuentes de la Alameda era de mejor calidad que la de resto de la ciudad (que la recibía de Alcalá de Guadaira a través de los Caños de Carmona, que entraban en Sevilla por la puerta del mismo nombre).

En el ambiente renacentista que envuelve esa época, el nuevo y singular jardín surge con un espíritu humanista que pretende recuperar el pasado clásico. Y para ello se colocaron dos columnas de época romana procedentes de una construcción situada en la calle Mármoles (donde persisten tres columnas más) que fueron coronadas por dos esculturas realizadas por Diego de Pesquera en 1578: Hércules, mítico fundador de la ciudad, y Julio César, que la convirtió en capital de la Bética.

Los bloques extraídos de las canteras de Morón por Pedro Montañés fueron transformados en Hércules y Julio Cesar por Diego de Pesquera en 1574, que cobró 56.250 maravedís por la primera escultura y 60.000 maravedís por la talla de Julio Cesar. Terminadas las esculturas, Gaspar Juan (con la posible supervisión de Bartolomé Morel) elevó todo el conjunto sobre los pedestales: asentó las columnas, fijó los capiteles y dispuso las estatuas.

Tanto en las peanas de las esculturas como en los pedestales de las columnas se realizaron diferentes inscripciones –posiblemente escritas por Francisco Pacheco y el círculo poético de Fernando de Herrera– que, además de proporcionar datos históricos de la obra, muestran las ideas renacentistas que recorrían aquel siglo.

A pesar de la muralla y de las infraestructuras de drenaje acometidos, la Alameda siguió constituyendo una de las zonas más inundables de la ciudad, por su cercanía al río y por su baja cota. A título de ejemplo en el año 1649, año de la fatídica epidemia de peste que asoló Sevilla, se relata que la Alameda estaba tan inundada que se navegaba por ella con barcos.

La construcción de la Alameda de Hércules supuso la primera ruptura de la trama musulmana de la ciudad, que mantendría su integridad prácticamente sin alterar hasta el siglo XIX. En clara contraposición al conjunto de patios y jardines privados, la Alameda se constituía en el primer jardín público de Sevilla. A diferencia de los espacios urbanos hispanomusulmanes, la Alameda se presenta como un jardín abierto en el corazón de la ciudad, un espacio alargado de diseño geométrico estructurado por alineaciones paralelas de árboles. Un jardín de estilo renacentista que, con sus columnas, evocaba los paseos de la roma clásica.

La Alameda se convirtió pronto en lugar de encuentro y esparcimiento para los sevillanos, en centro social de la vida de la ciudad, donde concurrían comerciantes y nobles. Una zona de paseo elegante para la buena sociedad, que sustituyó al Arenal en las preferencias de esparcimiento de los sevillanos del siglo XVI.

Durante esta época las reposiciones y plantaciones de árboles continuaron: 250 en 1595, 234 en 1661 y 136 en 1691.

Touvin en 1672 escribía: De todas estas plazas, la Alameda es la más considerable, que es un paseo de muy largas avenidas bordeadas con árboles... por las noches da gusto ver las carrozas y personas de calidad pasearse al fresco de estas hermosas fuentes, cuyas aguas son las mejores de beber en la ciudad. (El Viaje por España y Portugal).

Dado que la obra hidráulica realizada en el siglo XVI perdió funcionalidad y en la zona se acumulaban aguas residuales, en 1765 el asistente Ramón Larumbe tuvo que realizar una profunda reforma de la Alameda y construir casi en su totalidad una nueva cañería desde la Fuente del Arzobispo que aportara el caudal suficiente para alimentar las fuentes de la Alameda y otras que se encontraban en el interior de la ciudad. Se realizaron nuevas plantaciones, con más de 1.000 árboles, se colocaron nuevos bancos y se instalaron tres nuevas fuentes (reconstruyéndose las tres anteriores que se encontraban prácticamente destruidas).

La Alameda se transformó en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando el escultor Cayetano de Acosta realizó y erigió en el otro extremo del paseo otras dos columnas rematadas con leones y escudos representando a España y Sevilla.

En ella se comenzaron a celebrar las fiestas locales de la velada de San Juan y San Pedro, en sustitución de las fiestas locales del Corpus Christi. Estas nuevas fiestas de finales del mes de junio, fueron el precedente de las después famosas fiestas locales de la feria de Abril.

Las clases acomodadas abandonaran la zona para concentrarse en el Salón Cristina construido en 1830; en la Alameda permaneció la población más humilde.

En 1876 los pedestales de las columnas se protegieron del público con verjas. En 1885 fue colocada junto a las columnas de los leones una fuente de mármol, conocida popularmente como "la Pila del Pato", que se encontraba en el siglo XVI en la Plaza de San Francisco, detrás del Ayuntamiento. Esta fue luego trasladada a otro lugar de la ciudad y actualmente está en la plaza de San Leandro.

Durante las tres primeras décadas del siglo XX, la
Alameda vuelve a convertirse en una de las zonas más animadas y concurridas de la ciudad, con quioscos de bebidas provistos de marquesinas, toldos y amplios veladores coronados por cables con bombillas de colores, en muchos de los cuales había gramófonos que reproducían cante flamenco y canción española. La Alameda se constituye en la zona más popular y concurrida de la ciudad, en la que se proyectan al aire libre las primeras películas mudas, las murgas amenizan el ambiente y el flamenco adquiere protagonismo en los cafés-cantantes, donde se formaron artistas de la talla de Manolo Caracol.

Pero tras la guerra civil, en los años cuarenta y cincuenta se produce una profunda degradación de la Alameda, tanto del espacio urbano como del ambiente popular que la envolvía.

Los café-cantantes que aparecieron en el último tercio del siglo anterior, desaparecen en los años veinte del siglo XX, excepto las Siete Puertas y Casa Morillo que mantuvieron su actividad hasta los años sesenta. En esta época el cante jondo es marginado y queda recluido en los cuartos y reservados de los bares en los que los señoritos organizaban fiestas privadas hasta el amanecer.

El ambiente en la Alameda se torna marginal; la prostitución se extiende por sus calles. Es un ambiente singular en el que coexisten los reservados en los bares, que son escuelas de flamenco para los nuevos cantaores, con las casas de prostitución.

Bares de alterne, viejas casas con prostitutas de avanzada edad y nuevos locales con mujeres jóvenes que ejercen la prostitución, se extienden por sus calles hasta finales del siglo XX. Proxenetas, gente corriente, jóvenes de movimientos alternativos, artistas, cantaores, músicos de rock, niños jugando en el albero, vecinos hartos de un ambiente así, vecinos que no cambian su barrio por na… Asfixiada por el tráfico urbano y por los vehículos aparcados en todos sus rincones. Pero la Alameda sigue llena de vida, de gente normal y de gente marginal.

Como había ocurrido numerosas veces a lo largo de su historia, la Alameda quedó anegada en 1961 cuando se produce la última gran inundación en Sevilla como consecuencia del desbordamiento del Tamarguillo.

En 1978 comenzaron a realizarse en la Alameda las obras del metro previsto para la ciudad. Aquellas obras quedaron sepultadas al paralizarse en 1983 el proyecto presentado en los años setenta.

Durante el periodo 1978-2002, la Alameda acogió un mercadillo ambulante que animaba las mañanas de domingo. Aquellas mañanas festivas, cientos de personas recorrían el bulevar para comprar o contemplar objetos y cuadros antiguos, y en los últimos tiempos, programas de informática que los más jóvenes necesitaban para introducirse en el nuevo mundo virtual.

A final de siglo, la Alameda se presenta como un gran paseo central de albero que, con parterres laterales a lo largo del mismo, aparece escoltado por grandes árboles en las zonas periféricas. Los dos estanques construidos en sus extremos durante la reforma realizada en los años treinta desaparecieron.

A finales del siglo XX todos los ciudadanos relacionados con la Alameda exigen una reurbanización de la misma que restaure edificios, espacios, y le proporcione una mayor habitabilidad.

Pero no hubo acuerdo entre los colectivos ciudadanos ni entre los representantes políticos.

Graves errores de planificación y de ejecución se han sucedido en los últimos tiempos. Así, la remodelación ejecutada en 2002 que supuso la pavimentación con losas de pizarra –a pesar de que ya se había demostrado que este material no es adecuado para el pavimento de las calles– supuso el nuevo levantamiento de todo el enlosado.

En 2004 se recogen sugerencias de todos los colectivos implicados para elaborar un proyecto global de lo que tendría que ser la Alameda del siglo XXI. Pero surgen serias discrepancias: para unos el albero tiene que conservarse por ser el material tradicional del paseo mientras que para otros debe de ser sustituido, unos pretenden cambiar toda la vegetación mientras que otros consideran que no debe alterarse el arbolado, hay quien retoma el proyecto de los años noventa de crear un aparcamiento subterráneo frente a los que lo consideran una visión anticuada de lo que tiene que ser el nuevo urbanismo… Incluso la creación de un área de juegos infantiles ha resultado problemática, inadecuada para unos, imprescindible para otros.

La última remodelación comenzó en 2005 y terminó a finales de 2008. Y desde entonces ¡no pocos plantean una nueva reestructuración!

En 2009 se reubicaron, sobre nuevos pedestales, el busto dedicado en 1968 a la cantaora Pastora Pavón “Niña de los Peines” (esculpido por Antonio Illanes Rodríguez) y la escultura erigida en 1991 al cantaor Manolo Caracol (obra de Sebastián Santos Calero).  Junto a ellos, ese mismo año, se levanta el monumento al torero Manuel Jiménez Moreno Chicuelo (obra de Alberto Germán). Aunque los tres artistas son de Sevilla, no parece tener mucho sentido situarlos juntos pues cada uno de ellos y cada escultura tienen una historia muy diferente.

Bajo la Alameda se encuentra un gigantesco tanque de las tormentas que, con un diámetro de unos 24 metros y 25 metros de profundidad, es capaz de almacenar más de 11.000 m³ de agua. Ejecutado en 2009 por EMASESA a partir de la construcción subterránea de metro realizada en los años setenta del siglo anterior, el pozo de las tormentas tiene como finalidad almacenar los excedentes de agua que se producen durante las precipitaciones torrenciales o durante las riadas, de modo que tras la situación extrema se permite la salida del agua a la red de saneamiento cuando ésta puede evacuarla y transportarla a una estación depuradora para ser reciclada. En diciembre 2009 el pozo prácticamente se llenó.

Tras un recorrido por la nueva Alameda… ¿Cúal es el resultado?

Cierto que se ha peatonalizado mucho el espacio, con la eliminación de los aparcamientos y la restricciones de la circulación a un solo carril. Pero la alameda como tal, es decir, como un paseo central que discurre entre árboles, ha desaparecido.

El jardín público más antiguo de la ciudad fue proyectado como un paseo renacentista, como un espacio geométrico, regular, en el que las alineaciones de los árboles creaban un espacio central alargado que permitía el paseo y la estancia a lo largo de toda la zona.

En la nueva Alameda, la disposición de los árboles y las farolas han distorsionado de tal manera todo el espacio que el paseo central diáfano, sencillamente, no existe. El diseño original de la Alameda se ha perdido.

La nueva Alameda ni es vanguardista ni es clásica; ni siquiera es una alameda. Se ha transformado en una superficie ondulada, de monótona tonalidad amarillenta, en la que sólo destacan las fuentes y, lógicamente, las históricas columnas.

Pero la Alameda, como a lo largo de la mayor parte de su historia, sigue alegre y bulliciosa, llena de gente de uno y otro tipo. Se han abierto bares y restaurantes de diseño, conviven la cocina tradicional y la nueva cocina, las tapas tradicionales en unos locales y las innovadoras en otros. Transitada de día y refugio en las noches de verano (si el ayuntamiento asume que la Alameda es un espacio de todos los vecinos de Sevilla). Conciertos de flamenco y de música rock, espectáculos de títeres y exposiciones de fotografía, representaciones de todo tipo al aire libre…

Sigue siendo una de las zonas más atractivas de la ciudad porque no hay otra plaza en Sevilla que pueda acoger a tanta gente, paseando o en veladores, a familias y parejas, a niños y viejos, a jóvenes y menos jóvenes.

Desde el siglo XVI… cosmopolita y diversa.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Teatro Cervantes


Recreación de la fachada del Teatro Cervantes para el proyecto de Heliopausa

 El Teatro Cervantes es el espacio escénico más antiguo que se conserva y es un referente sentimental para muchas generaciones de sevillanos.

El sábado 18 de octubre de 1.873 tenía lugar la inauguración del Teatro Cervantes. Este Teatro, que aún subsiste como sala cinematográfica, su estilo decorativo es propio del Segundo Imperio, tiene planta en herradura y tres pisos volados sin soportes, un alarde técnico para aquella época. Su planta, de semicírculo, se debe al arquitecto Juan Talavera de la Vega. Su aforo era de 2.500 espectadores.

El día de su estreno presentaba un aspecto brillante, totalmente abarrotado de público, ya que todas las localidades se habían agotado unos días antes. Se representó la comedia de Lope de Vega “La dama boba”, que obtuvo un gran éxito.

Al día siguiente se repitió la misma función, con el mismo éxito y gran concurrencia de público. En su escenario estrenaron los hermanos Álvarez Quintero su primera obra, “Esgrima y amor”. Por su escenario han pasado las mejores compañías y repertorios. En los últimos años de la década de los 60 dio cobijo también a producciones locales de teatro universitario, aquí por ejemplo debutó el TEU con La cocina de los ángeles de Albert Houston.

Entre 1896 y 1909 se reformó el escenario, se ampliaron las sillas del anfiteatro, se redujeron los palcos y se sustituyo el alumbrado de gas por el eléctrico llegando a ser el teatro más elegante, cómodo y mejor dotado técnicamente de la capital. En la década de los 50 se reformó de nuevo para adaptarlo a sala de cine.

Tras el derribo en 1973 del teatro San Fernando —hoy sede de C&A en la calle Tetuán—, el Cervantes es la sala más antigua que se conserva en Sevilla. Desde la década de los cincuenta del siglo XX, alternó cine y teatro hasta que en 1964 tiró la toalla y se dedicó exclusivamente al cine. Es la única sala de cine de Sevilla con una sola pantalla. Como ya hemos dicho tuvo un aforo de 2.500 espectadores y hoy es una de las salas con mayor número de butacas.

El teatro, que conserva su planta de herradura, ha perdido toda su decoración en las plantas y embocadura del escenario. El edificio tiene una protección «C» en el PGOU, por lo que se permiten obras interiores, añadidos y ampliaciones, pero siempre conservando los valores fundamentales.

Los propietarios del antiguo Teatro Cervantes, la familia Hernández, acudieron a los tribunales para exigir que el Ayuntamiento devolviera a la sala la calificación de Centro Histórico que tenía en 1987, calificación que permitía usos residenciales, oficinas, comerciales u hoteleros. Los propietarios alegaron que el PGOU les abocaba a mantener el uso de cine a pesar de la situación ruinosa de explotación de los cines comerciales en los centros históricos de las ciudades.

La Sala de lo Contencioso Administrativo del TSJA denegó la petición en 2008, pero los propietarios recurrieron ante al Tribunal Supremo, que finalmente les dio la razón a finales de 2011.

En 2012 se presenta un proyecto por el que el Cervantes de la calle Amor de Dios para convertirse en el teatro independiente más rutilante de Sevilla. Una iniciativa que impulsan los responsables de la Sala Cero, Ángel López y Elías Sevillano, para hacer realidad un viejo sueño: que las producciones contemporáneas y comerciales de gran formato hagan temporada en la capital andaluza, como ocurre en Madrid o Barcelona. El proyecto, a cargo de Heliopausa, ya está listo y visado por el Colegio de Arquitectos de Sevilla. Con la documentación en regla, es difícil no dejarse seducir por la propuesta de este estudio multidisciplinar que ha buscado un espacio de contrastes entre lo contemporáneo y lo patrimonial.

La idea de estos promotores sevillanos es que el Teatro Cervantes vuelva a ser un teatro y que se convierta en sede estable de espectáculos que hacen temporada en Madrid y Barcelona pero que pasan de puntillas por nuestra ciudad. Estamos hablando de grandes producciones, de musicales y obras de teatro que llenan salas durante semanas. Pero este proyecto por las discrepancias entre los propietarios no llegó a materializarse.

Tres sentencias del Tribunal Supremo obligan al Ayuntamiento a modificar el PGOU para permitir que los cines y teatros del centro histórico puedan tener usos residenciales, oficinas, comerciales, hoteleros, salas de espectáculos... El Consejo de Gobierno del Ayuntamiento de Sevilla ya ha aprobado la modificación urbanística que devolverá a los cines y teatros del centro la calificación que tenía en 1987 y que perdieron en el PGOU de 2006, cuando se convirtieron en Servicios de Interés Público y Social (SIPS), sin posibilidad de tener otros usos que no fueran culturales.

El nuevo alcalde, Juan Espadas, ya mostró la intención de proteger estos cines y teatros en el anterior mandato, como líder de la oposición. Y ahora el gobierno socialista ha reiterado que está estudiando declarar como "edificios singulares" los tres cines Alameda, Avenida y Cervantes, para garantizar que los mismos conserven su "uso cultural". El Ayuntamiento cambiaría la ficha patrimonial para garantizar el uso cultural de los inmuebles y evitar su transformación en pisos, hoteles o comercios. Los dueños no han solicitado obrar aún.

En el caso del cine Cervantes, el menos rentable, la solución podría ser otra al tratarse de un inmueble de otro valor. Es el único de los grandes teatros erigidos en Sevilla en el siglo XIX que no sólo sobrevive, sino que conserva su función inicial sin grandes cambios. Éstas son las razones arquitectónicas para conservarlo, pero hay otras: es el espacio escénico más antiguo que se conserva y es un referente sentimental para muchas generaciones de sevillanos. La sintonía que existe ahora entre el gobierno local y la Junta de Andalucía da esperanzas al sector cultural para que esta declaración se produzca.

Según el Diario de Sevilla, el nuevo equipo de Cultura ya ha barajado que el Cervantes sea sede del Festival de Cine de Sevilla y que sirva también como espacio fijo para los fondos de la Filmoteca de Andalucía.

Esperemos a ver que sucede al final con tan emblemático recinto referente sentimental, como se ha dicho, de muchas generaciones de sevillanos y de la cultura escenográfica de nuestra ciudad.

domingo, 9 de agosto de 2015

Trofeo ciudad de Sevilla


El 22 de agosto de 1972, a las 21.30 horas, se ponía el balón en juego en el Sánchez Pizjuán. Betis y Honved de Budapest se enfrentaban en la primera semifinal del I Trofeo Ciudad de Sevilla, ante un estadio que se llenó para ver a los verdiblancos.

El Trofeo Ciudad de Sevilla se unía así a la larga lista de trofeos veraniegos que poblaban la geografía española.  En la década de los 70 vivieron su época más esplendorosa, con más de 50 torneos veraniegos por año.  A partir de los 80 comenzó su decadencia, que se acentuó con la entrada de las televisiones a finales del siglo XX.

Ya en 1971 se habló de organizar un trofeo de verano en Sevilla, pero no se concretó hasta 1972, impulsado por el Ayuntamiento sevillano. La idea era un cuadrangular a celebrar alternativamente en cada campo y con la participación de dos clubs extranjeros. Aunque en principio se habló de enfrentar en la primera semifinal a Sevilla y Betis, con el fin de asegurar la presencia de uno de ellos en la final, se optó por que Betis y Sevilla nunca se cruzaran en semifinales.

Había muchas dudas al principio sobre cómo respondería la afición en general, dada la competencia que otros trofeos cercanos, como el Colombino onubense, el Costa del Sol malagueño ó el Carranza gaditano, podían realizar, pues ya copaban los partidos en los fines de semana de agosto. Por ello se optó por celebrar el trofeo entre semana, en cuatro jornadas nocturnas de martes a viernes, con los dos primeros días para cada semifinal, el jueves para el partido de consolación y el viernes para la gran final.

Con ello se ponía también solución a otro problema adicional, como era la despoblación que Sevilla sufría ya por entonces los fines de semana, con la gente  buscando temperaturas más agradables en el litoral onubense y gaditano.

En palabras del alcalde Juan Fernández, las particularidades del Ciudad de Sevilla eran distintas a todos los torneos, porque nacía basado en la vieja rivalidad de los primeros equipos sevillanos y con una anticipada garantía de emoción y pasión en los encuentros que estos han de litigar. Señaló también que si el trofeo era deportivamente distinto a los demás, también en el orden social era diferente, porque la idea de su montaje había sido sustentada en el deseo de brindar una organización festiva de auténtica categoría para los miles de sevillanos que quedan en la ciudad y sufren los rigores del estío.

Dijo que el éxito, ya al alcance de la mano, se debla fundamentalmente a los equipos de la ciudad, que con generosidad se habían vinculado a la Idea. Se refirió a los alicientes que la verbena organizada con motivo de la competición deportiva poseía y a su eco popular. Dijo, también, que son cerca de veinte mil personas las que tienen asegurada su presencia en la Plaza de América la noche de la final.

Efectivamente se pudo comprobar que los temores iniciales fueron injustificados, pues el trofeo contó con un masivo apoyo por parte de la afición, que llenó el estadio Sánchez Pizjuán en los 4 partidos del trofeo. En él se impuso el Sevilla, al derrotar en la final al Honved 1-0. El Betis perdió la primera semifinal 3-4 con los húngaros en un partido trepidante, y se impuso 5-0 en la consolación a un Peñarol al que se acusó de venir a pasearse sin ninguna ambición deportiva.

De 1972 a 1981 el Trofeo Ciudad de Sevilla, premiado con obras de orfebrería de Fernando Marmolejo, se celebró en 10 ediciones, de las que Sevilla y Betis obtuvieron 4 cada uno, mientras que las otras 2 fueron para el Vasco de Gama y el West Bronwich Albion. Siempre hubo en la final algún equipo sevillano: en 7 ocasiones cada uno de ellos accedió a la final y económicamente el trofeo siempre repartió beneficios a los clubs sevillanos.

Pero en su propio éxito el trofeo llevaba el germen de su final. Para los equipos sevillanos y para la afición llegó a ser un objetivo muy importante en el inicio de la temporada. Fracasar en el trofeo, y uno de los dos tenía que fracasar seguro, no era nada recomendable en la época de la pretemporada, cuando los aficionados tenían que ilusionarse en el momento de la renovación de los abonos.

Ya en 1982, con la saturación futbolística que supuso el Mundial de España, se decidió no jugarlo en su fórmula habitual. El Sevilla, a quien correspondía su organización, se negó a seguir con la fórmula de cuadrangular con que se concibió en su inicio.   Eugenio Montes Cabeza, el entonces presidente sevillista, justificó esta decisión por las peticiones recibidas desde su propia afición.

Se buscó una nueva fórmula por la que cada año lo organizaría un club en su campo sin la participación del otro, aunque la afición le dio la espalda a esta nueva fórmula que no tuvo  éxito ni continuidad. Murió así una brillante y exitosa idea que vino a demostrar la potencia de arrastre de las dos aficiones futbolísticas de Sevilla.