sábado, 14 de marzo de 2015

Los orígenes del Pregón




Los pregones de la Semana Santa carecen de una tradición secular. Yo mismo nací antes que a nadie se le ocurriera pregonar la Semana Santa. Quizás por eso, por poseer una perspectiva histórica tan dilatada, me permito comentar esta curiosa faceta cofradiera. Y pretender erigirme –¿Por qué no?– en pregonero de los pregoneros, pasando superficialmente por la cadena de pregones que se han eslabonado desde la década de los cuarenta.

Obligado es, por tanto, retrotraernos hasta el origen de esta costumbre. Para ello hemos de situarnos en el año de 1933,en plena república, cuando  las fuerzas vivas de la ciudad, en su imperioso afán de despegar del enorme retroceso que había experimentado la afluencia de turistas, tras la clausura, tres años antes, de la Exposición Iberoamericana y estando necesitada Sevilla de inyecciones en su economía, tan maltrecha desde el “crack” de Wall Street, en 1929, y por las ingentes deudas que dejó aquel Certamen Internacional en el que se cifraba nada menos que la incorporación al siglo XX, buscaron al más afamado charlista de España, el valenciano Federico García Sanchís, para que incluyera en su tan diverso como ameno repertorio temático, con el que llenaba los teatros de España e Iberoamérica, una exaltación de nuestra Semana Santa, que impulsara a sus audiencias a visitar Sevilla en  dichas fechas.

Así tuvo lugar, en el referido año y en el Teatro Cervantes (hoy, cine) una memorable disertación del celebérrimo charlista por su amenísima erudición, que constituyó el primer antecedente de los pregones, Aquella disertación estaba estructurada como eficaz propaganda de la Semana Santa de Sevilla enfocada para difundirla en el exterior. Pero a nuestros abuelos debió parecerle música celestial toda aquella cascada de piropos a Sevilla y a sus Vírgenes, hasta el punto que, en 1937, en plena guerra civil y estando García Sanchís en la zona sublevada, dio otra de sus famosas charlas sobre la Semana Santa a los propios sevillanos, esta vez en el Teatro San Fernando, de mucho más aforo. Y un tercer “pregón” para los narcisistas locales, en el invierno de 1939 –cuaresma– a punto de concluir el conflicto bélico fratricida. En el mismo teatro y ante la enorme popularidad adquirida, el brillante orador valenciano pronunció, en 1940, su último ”pregón”.

La heroica etapa de los años cuarenta

Estos cuatro  aldabonazos a la conciencia de los cofrades crearon un clima propicio para tratar de establecer la continuidad de tales charlas encomiásticas de nuestra Semana Mayor.

Observe quien me lea que, hasta ahora la palabra pregón la he entrecomillado. No ha sido por mero capricho. Se debe  a que, aunque yo no asistí a tales actuaciones, porque todavía era un púber o flamante adolescente, no creo –y las fuentes hemerográficas me lo confirman– que aquellas brillantes intervenciones de Federico García Sanchís llegaran a ser auténticos pregones, como lo entendemos en la actualidad. Quizás carecieran de la parafernalia protocolaria que, poco a poco, fueron alcanzando.
Para lograr tal continuidad en los actos exaltadores de nuestra Semana Santa, con vistas a su proyección al exterior, se buscó una figura muy relevante, que fuera, sobre todo, poeta, a ser posible, andaluz y orador de brillante verbo.

La búsqueda, aunque pertinaz, no fue  menos laboriosa y así llegó a transcurrir todo el año de 1941 sin que se decidiera el que habría de ser el primer pregonero oficial de nuestra Semana Santa.  

Al fin, surgió José María Pemán, gaditano ilustre pese a su juventud que, en medio del hervor anticlerical de los primeros  años republicanos, dio patente testimonio de su religiosidad con su valiente drama sobre la Compañía de Jesús, “El divino impaciente”, estrenado a los pocos meses de ser expulsada de España; y que, durante la guerra, se acreditó cumplidamente como poeta, articulista y orador, escribiendo, también, páginas laudatorias al bando nacional, al punto de llegar a ocupar la presidencia de la Real Academia de la Lengua, quien, no sólo no llegó a ser elegido, sino, como me contaba su gran amigo, Joaquín Romero Murube, en una de nuestras charlas peripatéticas por los jardines de “su” Alcázar, fue el mismo Pemán quien se ofreció a pronunciarlo. Es obvio que tal sugerencia fue acogida con unánime entusiasmo.

Así fue como el ingenioso gaditano se subió a la palestra para emular a su admirado Federico García Sanchís, imprimiendo a su pregón el sello andaluz que se echaba de menos en los pronunciados por el valenciano.

Por fin, tras los cuatro previos intentos, a cual más enriquecedor, se pudo hablar, en 1942, de un pregón, el de Pemán,  de la Semana Santa de Sevilla

Apuntalado el pregón por Pemán, ya sólo restaba la presencia de un sevillano en el escenario. Y fueron dos los que se apresuraron a exprimir el zumo de la sevillanía cofradiera: Luís Ortiz Muñoz y Joaquín Romero Murube (1943 y 1944), logrando fijar los cánones de esa manifestación autóctona que es el Pregón –ya con inicial en mayúscula– de la Semana Santa.

A lo largo de esta patética década alternarían voces sevillanas y foráneas vinculadas con Sevilla, como Francisco Sánchez Castañer, Luís Morales Oliver, Esteban Bilbao Eguía, Miguel García Bravo–Ferrer y Antonio Filpo Rojas.

En 1948 se produjo un insólito pregón paralelo o alternativo, quizás “off”, que hizo historia: el recital del Padre Cué, sobre su libro “Cómo llora Sevilla”, declamado en el mismo Teatro San Fernando, que causó enorme  sensación, al extremo de constituir el acontecimiento más destacado de la historia de los Pregones de la Semana Santa de Sevilla, aquí sólo lo recogemos como hecho anecdótico. Quien desee más información, tanto  sobre la interesantísima figura de aquel jesuita nacido en México, que captó como nadie la esencia de nuestra Semana Santa, como la gestación de tan excepcional libro que alcanzó innumerables ediciones en poco más de medio siglo, remito a mi libro “La Semana Santa del Padre Cué. Testimonio del último superviviente de “Cómo llora Sevilla”, de esta misma editorial.

Los pregones de la década de los cincuenta

De la lectura de los pregones pronunciados en la etapa inicial de los años cuarenta puede colegirse que, tras el elegante verbo del primer pregonero oficial, el gaditano Pemán, fueron Ortiz Muñoz y Romero Murube quienes configuraron las características que iban a adoptar en el futuro los pregones, y desprenderse, en consecuencia, la consolidación de un subgénero literario autóctono que ha superado ya las setenta obras.

Julio Martínez de Velasco

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